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Revista de Humanidades, Ciencias Sociales y Artes
Dicere • 5 (enero-junio 2024) • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi4.91
Dicere • 6 (julio-diciembre 2024) • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi6.69
Resumen
El escrito parte de una revisión historiográca
sobre la historia intelectual impulsada desde la
Argentina (matizándola con algunas propuestas
de historiadores en México), la cual ha imperado
en el continente en las dos últimas décadas del
siglo XXI. El estudio que aquí se expone muestra
los rumbos elegidos por los historiadores después
del giro lingüístico y la necesidad de diferenciar
la historia intelectual de la historia de las ideas;
de allí se han derivado dos propósitos, el pri-
mero, reexionar las categorías conceptuales:
intelectual, texto y contexto. En este sentido, me
permití exponer posibles usos de estos dos últi-
mos conceptos para la pesquisa archivística y la
elección del tipo de fuentes para la comprensión
del intelectual y sus textos. El segundo objetivo
consistió en plantear la naturaleza y característi-
cas del intelectual, mostrando las contradicciones
del discurso en el texto.
El artículo cierra con las preocupaciones de
cómo aprehender a los intelectuales por medio
de su contexto público e íntimo (personal), que
involucran sus acciones sociales, políticas y
culturales, mostrando la importancia de la in-
terdisciplinaridad de la cual se reviste la historia
intelectual hoy.
Palabras clave: historia intelectual, texto, con-
texto, intelectuales
Abstract
The writing is based on a historiographical
review on intellectual history promoted from
Argentina (qualifying it with some proposals
from historians in Mexico), which has prevailed
on the continent in the last two decades of the
21st century. The study presented here shows
the paths chosen by historians after the linguistic
turn and the need to dierentiate intellectual
history from the history of ideas; from their two
purposes have been derived, the rst, to reect
on the conceptual categories: intellectual, text
and context. In this sense, I allowed myself to
expose uses of these last two concepts for ar-
chival research and the choice of the type of
sources for the understanding of the intellectual
and his texts. The second objective consisted
of raising the nature and characteristics of the
intellectual, showing the contradictions of the
discourse in the text.
The article closes with concerns about how
to apprehend intellectuals through their public
and intimate context, which involves their so-
cial, political, and cultural actions, showing
the importance of interdisciplinary in which
intellectual history is covered today.
Keywords: Intellectual history, text, context,
intellectuals
Jenny Zapata de la Cruz
Departamento de Letras Hispánicas
Universidad de Guanajuato
ORCID ID: 0000-0003-4551-4040
8
Jenny Zapata de la Cruz
Dicere • 6 (julio-diciembre 2024) • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi6.69
Cómo citar este artículo: Jenny Zapata de la Cruz, “Por una historia receptiva del intelectual y sus textos
en contexto”, en Dicere, núm. 6 (julio-diciembre 2024), pp. 7-24.
Recibido: 12 de julio de 2023 • Aprobado: 28 de octubre de 2023
Introducción1
La historia de los intelectuales admite más de un
abordaje y cada uno de ellos puede contener su parte
de verdad, aunque no sea la verdad completa […]
Carlos Altamirano
Riccardo Bavaj inicia su artículo “Intellectual
History” (2010) señalando: “There is no sin-
gle answer to the question: What is intellectual
history?”
2
Efectivamente, meditar sobre la his-
toria intelectual es una labor ardua y compleja,
porque existen diversas formas de comprender
el contexto del intelectual y sus discursos en
los textos. Esa dicultad también se debe a la
correspondencia de este campo con la historia
conceptual y cultural, y a su estrecha relación
con la literatura, la política, la sociología y la
losofía. Tal vez por ahora pareciera inconmen-
surable la pregunta que se nos presenta: ¿qué
es la historia intelectual?, pero no por ello es
imposible de asir, teniendo siempre a la vista
que metodológicamente la historia intelectual
es densa.3
Según Bavaj, aquella inquietud comenzó en
Estados Unidos en la década de 1980, a partir de
la publicación de dos volúmenes dedicados a los
métodos y perspectiva de la historia intelectual.
Bavaj menciona que John Pocock respondió con
cierto desdén diciendo: “I recommend reading
them, but after doing so myself, I am persuad-
ed that whatever ‘intellectual history’ is, and
whatever ‘the history of ideas’ may be, I am
not engaged in doing either of them”.
4
Indu-
dablemente para algunos historiadores no hay
fronteras claras entre la historia de las ideas y
la historia intelectual, y en ocasiones —aún en
la actualidad— las discusiones se han tornado
un tanto bizantinas, al intentar distinguir las
diferencias entre una y otra.
Pese a la armación de Pocock sobre la
historia intelectual y la historia de las ideas,
y el transcurrir de las discusiones referente de
cómo historiar al intelectual —desde la década
de 1980, hoy comprendemos que no solamente
se trata del análisis intertextual, o la acción de
comparar un texto con otros textos, sino tam-
bién de confrontar las ideas de los textos en el
contexto5 político-social del intelectual.
En este sentido, de acuerdo con Horacio
Tarcus, “[…] la historia intelectual latinoame-
ricana se ha denido en las últimas tres décadas
por oposición o por diferenciación (según los
casos) a la subdisciplina historiográca que ha-
bía dominado la escena durante medio siglo: me
refiero a la llamada historia de las ideas”.6
Y justamente la historia intelectual posicionada
en los últimos veintiséis años en América Latina
es la impulsada por la Universidad Nacional de
Quilmes (UNQ),
7
que se desmarca de la historia
de las ideas —como señala Tarcus—, pero que
no deja de reconocer los aportes y el camino
trazado en el análisis histórico del pensamiento
del intelectual.8
Por otro lado, Adrián Gorelik ha hecho hin-
capié en los renovados intereses de los estudios
de la historia intelectual, que atraviesa a la his-
toria cultural y urbana.
9
En ellas persiste el em-
peño por incluir a intelectuales poco atendidos
por la historia de las ideas y la propia historia
intelectual; se preocupan por los hombres y muje-
res con ocios alejados de la academia, las letras
o esferas institucionales ligadas directamente al
Estado, por ejemplo: los obreros, maestras, o los
campesinos; considerando los espacios locales
de sociabilidad y acción política, educativa y
cultural de estos intelectuales.10
9
Por una historia receptiva del intelectual…
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Pese a las complicaciones y retos que a
los historiadores o interesados en los estudios
históricos nos lanza la transdisciplinariedad
entre la historia intelectual y otros campos de
las ciencias sociales y humanas,
11
podemos ca-
minar entre las marismas transdisciplinarias y
el océano de archivos si logramos convertir las
categorías conceptuales lazarillos: texto, contex-
to e intelectual, que nos permitirán la decons-
trucción documental y la elaboración de fuentes;
es decir, se trata de llevar tales conceptos a la
discusión teórica y al planteamiento práctico,
teniendo en cuenta que, nalmente, las estra-
tegias metodológicas son solo eso, estrategias
para reconstruir el pasado de los intelectuales
en el presente.
Bajo las ideas planteadas acerca de la di-
rección, enfoques, y dicultades de la historia
intelectual en Latinoamérica, este estudio no
busca analizar qué tipo de historia intelectual
se construye en el continente, ni profundizar en
la problemática transdisciplinar de la historia
intelectual; empero, se propone comprender
las posibilidades metodológicas que ofrece el
trinomio de las categorías conceptuales: texto,
contexto e intelectual, nacidas por los giros his-
toriográcos dados con mayor intensidad en la
década de 1980.
Desde mi punto de vista, entender este tri-
nomio conceptual permite a los historiadores
deconstruir y reconstruir el pasado del o de los
intelectuales de la manera más humana o cer-
cana al ser humano. Se parte de la premisa de
que un texto12 no se puede comprender sin el
contexto social, político e íntimo del intelec-
tual;
13
por supuesto, no podemos dejar de ad-
vertir que resulta problemático contextualizar14
sin los textos, pero, también corremos el riesgo
de sobreinterpretar los textos si no se contem-
pla el contexto del intelectual. Por tal motivo,
parto de la inferencia de que no hay categorías
conceptuales infalibles, sino, por el contrario,
los historiadores y las ciencias en general lidian
con lo defectible del conocimiento, porque lo
defectible nos posibilita crear conocimiento.
Pero, el ámbito en donde los historiadores
colocamos “a fuego” los conceptos es en la
práctica, en la pesquisa archivística, en la revi-
sión historiográca y el análisis textual. Es aquí
en donde se centra el interés de este artículo,
que consiste en reexionar las categorías con-
ceptuales mencionadas, en un espacio práctico,
sin caer en la rigidez y sin dejar de considerar
que toda categoría conceptual es indispensable
para historiar el pasado y susceptible a lo im-
perfectivo por ende a discutirse, reformularse
la cantidad de veces necesarias.15
A su vez, debemos meditar que los his-
toriadores que trabajamos bajo el enfoque de
la historia intelectual no tomamos solamente
como sustento el pensamiento, político, losó-
co o literario, o la formación profesional del
intelectual que se estudia, sino que, también,
pretendemos averiguar y comprenderlo a partir
de los espacios de sociabilidad
16
y construcción
de las redes sociopolíticas y culturales, forma-
das por y para la exposición y defensa de las
ideas. De alguna manera esta es una de las for-
mas de reconstrucción del contexto intelectual.
Pensemos el contexto, en este sentido, como el
espacio virtual de disertación de ideas, como
el contexto sociopolítico del intelectual donde
adquirió experiencias individuales y colectivas.
Concebir así el contexto permite abordarlo, no
como una maraña sin sentidos textuales, sino
como tramas de narrativas históricas en la que
se encuentra inmerso el intelectual y sus textos.
Es por lo que, los historiadores sienten in-
terés hacia los espacios intelectuales de diserta-
ción, difusión-circulación de ideas, sociabilidad
y de redes sociales. Por supuesto, esto impacta
en la indagación archivística porque permite
considerar como fuentes ciertos documentos
poco explorados en la investigación históri-
ca, entre ellos: revistas, boletines, folletines,
carteles, memorias de congresos, entrevista,17
discursos políticos, historietas, pictografía, pe-
10
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lículas documentales, películas de cción y sus
guiones, adaptaciones,18 programas educativos,
diseño curricular, guías didácticas, convoca-
torias educativas; textos que estuvieron rela-
cionados con la experiencia y la expresión del
pensamiento intelectual.
El trabajo documental y la denición de las
fuentes han dado paso a cierta madurez del aná-
lisis en relación con el sentido del pensamiento
en los textos, porque se conjuga el interés por
los ideales del intelectual con la indagación del
por qué, cómo y en qué circunstancia lo expresó,
además de cuestionar cuáles fueron los contex-
tos de los escritos, el cómo y con qué intención
de comunicación se pronunció el discurso, el
pensamiento frente a otros discursos.
De los textos producidos por los intelec-
tuales, se desprenden otras interrogantes rela-
cionadas con los medios impresos, auditivos y
visuales, que involucran a editoriales y editores,
productores, patrocinadores, promotores, difu-
sores y distribuidores. Desde ahí surgen cues-
tiones sobre con quién se asoció el intelectual,
cómo y por qué se construyeron ciertas redes
sociabilidad, quiénes eran los amigos u oposi-
tores en determinados contextos (colectivos o
en individual). Las estrategias metodológicas
son maderámenes que sostienen las categorías
conceptuales, ambas —metodología y concep-
tos— permiten ser una guía ante la complejidad
de los textos y documentos con los que nos
podemos encontrar en repositorios archivísticos
(físicos y de orden virtual, sean estos públicos
o/y privados).
Planteo que las categorías conceptuales tex-
to, contexto e intelectual, poseen particularida
-
des frente a otros enfoques historiográcos.
Es indiscutible que, en la ciencia de la historia,
los historiadores empleamos nociones de con-
texto como parte del ejercicio de historiar —de
hecho, es parte de nuestro quehacer—, pero,
desde mi punto de vista, la historia intelectual
propone otras acepciones del contexto, las cua-
les se mostrarán a lo largo de este escrito.
La historia intelectual: reconstrucción del
pasado por medio del texto y la noción de
contexto
Horacio Tarcus señala que la historia intelectual
no sólo atiende grandes obras literarias o ensa-
yos políticos, sino que “[…] la historia intelec-
tual, sin desatender el rol jugado por los grandes
intelectuales, tiende a repensarlos dentro de
tramas político-culturales más vastas […]”19
Tarcus lo menciona porque los historiadores de
las ideas se enfocaron en estudiar grandes obras
literarias y el sentido del texto por sí mismo,
desatendiendo los intereses políticos, sociales
y culturales del intelectual. Es decir, invisibili-
zando aquella vida que los rodeaba más allá del
texto y de la obra a esto se reere el contexto,
la cual es la experiencia de vida individual y
social, contexto relegado por la historia de las
ideas y recuperada por la historia intelectual.
Ahora la pregunta que se nos presenta es: ¿cómo
se ha recuperado ese contexto vivencial?
La historia intelectual propone la necesidad
de deconstruir, repensar los conceptos contexto,
texto al mismo que se estudia al intelectual,
quien —bajo este enfoque— se debe conocer
no sólo a través de sus obras, sino también por
el contexto en el que vivió y en el que circu-
laron sus textos. Por tal motivo, texto y con-
texto mantienen una estrecha relación que da
cuenta de quién fue esa persona en su tiempo
y el signicado que tuvieron sus pensamientos
para otros hombres y mujeres. Por lo tanto, el
texto puede reejar las intencionalidades del
intelectual, como ha mencionado Lacapra. hay
que comprender afuera del texto, considerando
que los escritos se encuentran insertos en el
mundo real del intelectual, pero sin dejar de
comprender lo que prexiste dentro del texto.
Respecto a la comprensión del texto y la
enunciación del intelectual en determinado
contexto del “mundo real”, debemos conside-
rar que el pensamiento del intelectual debió
estar mediado por la memoria del pasado y
11
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los sucesos de su presente, es decir, la propia
experiencia histórica individual y colectiva de
vivir. Las experiencias del intelectual no deben
aislarse cuando las analizamos para la recons-
trucción de su pasado, ni desatender que las
ideas plasmadas en sus obras están permeadas
del pensamiento de otros intelectuales y de las
experiencias personales.
Las fuentes para la comprensión histórica
no sólo están integradas por las novelas, cuen-
tos, poesías o ensayos del intelectual, sino
también preexisten otros escritos que debemos
entramar con las obras/textos, y estos son los
documentos (como periódicos, revistas, folletos,
programas de congresos/coloquios, carteles,
boletines, maniestos políticos y/o estéticos);
el tejido que hagamos entre los textos viabiliza
explicaciones de sus pensamientos y acciones en
la esfera pública, por consiguiente, importa toda
huella pretérita en la que los intelectuales plasma-
ron sus ideales, que además, nos da la posibilidad
de analizar las relaciones de amistad, culturales,
políticas con otros intelectuales. Esto implica que
tanto la interpretación y el análisis del texto son
reconstrucciones del historiador. No debe perderse
de vista que también el estudio del contexto es
una labor de reconstrucción e interpretación del
pasado que puede realizarse numerosas veces
hasta que ese contexto20 nos permita entender
quién fue ese intelectual en el tiempo.
El ejercicio antes señalado, el de entramar
los textos21 con los documentos personales nos
permite abrir una ventana hacia la experien-
cia individual del intelectual. Estos suelen ser
correspondencias tanto de orden íntimo como
laboral; en el primer caso se trata de cartas diri-
gidas a los amigos, colegas, estudiantes, parejas
y/o familiares, que pueden incluir imágenes/
fotografías y vídeos (si fuese el caso), pasaporte,
acta de nacimiento, acta de bodas, defunción,
etc. Por otro lado, entre las de orden laboral,
hay documentos como, telegramas, contra-
tos laborales, renuncias, demandas laborales,
memorándum currículum, u otros ocios rela-
cionados con el ambiente profesional. Ambos
tipos de documentos forjan las fuentes para la
construcción contextual y explicación de los
pensamientos del intelectual.
Es menester incluir en el análisis del texto
la formación política, la conformación de la
identidad social y cultural del intelectual. Para
esta historia intelectual, el hombre no es distinto
del pueblo, ni ajeno a la cultura en la que habitó,
él o ella está impregnado del mundo, que, de
alguna manera se reeja u omite en sus textos.
Para lograr análisis multidimensionales en lo
contextual, es indispensable, no perder de vista
el tipo de documento y la reconstrucción de
las fuentes, observando que estén íntimamente
relacionadas con el intelectual y sus textos; para
evitar la reconstrucción de mega contextos en
donde el intelectual se vea poco o casi nada o,
peor aún, hagamos narrativas presentistas del
pensamiento del intelectual. Lo que importa
es humanizar y comprender al intelectual en la
esfera pública e íntima.
En sentido opuesto, la historia de las ideas
aparta al intelectual de su contexto en el que
existió, para colocarlo entre la élite académica,
política, cultural y social; alejándolo del resto
de los hombres. En ocasiones esta manera de
observar al intelectual consigue deshumani-
zar o invisibilizar las relaciones que mantuvo
con otros actores sociales e intelectuales, y nos
presenta a hombres aislados del mundo, ermi-
taños desinteresados de los acontecimientos de
la realidad en la que vivió.
Como ha señalado Horacio Tarcus, la
historia intelectual no sólo estudia a intelec-
tuales “faros”
22
con obras altamente reconoci-
das, “[…]sin desatender el rol jugado por los
grandes intelectuales, tienden a repensarlos
dentro de tramas político-culturales más vastas
[…]”,23 y aquellos otros intelectuales que no
alcanzan grandes revuelos dentro de la historia
ocial también son destacados como parte de
un entramado de interacciones sociales y redes
de pensamiento.
12
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Alexandra Pita González ha señalado que
es necesario explorar nuevos caminos, romper
fronteras, llegar a diferentes horizontes desde
diversas fuentes documentales que desgarren
los espacios físicos y geográcos de las redes
de los intelectuales: “[…] pensar las fronteras
de las redes implica abandonar los contornos
inamovibles estructurales para, al contrario,
imaginar un andamiaje que se transforma de
manera casi simultánea a la par de la temporali-
dad […]”
24
cavilar cómo convergen en redes los
intelectuales, reexionar cómo y qué los motivó
a romper el espacio y el tiempo por medio de
las asociaciones de ideas y observar esas arti-
culaciones sociales, políticas y culturales que
posiblemente se reejan en ideas comunes y
en espacios no geográcos, es decir, las ideas
del intelectual se plasman en papel, lienzo, en
el celuloide o sus palabras quedaron capturadas
en la radio, para difundirse, pero esa difusión de
ideas requiere de relaciones sociales, políticas
culturales con objetivos o intereses comunes
con la contingencia de transmitir o difundir a
otros lo que se piensa u opina.
De alguna manera, Alexandra Pita propone
humanizar al intelectual a través de la recons-
trucción de redes entre intelectuales, en las que
se puede observar la circulación y socialización
de las ideas por medio de las revistas. Pita no
sólo analiza los discursos del intelectual, sino
también sus relaciones y los recursos humanos
capitalizados para difundir su pensamiento en
la prensa, así como las discusiones posibles que
ocurran fuera de los medios impresos.
Las redes como construcciones sociales son
o pueden ser el objeto de análisis de quién fue
el intelectual, porque las redes son las asocia-
ciones de los esfuerzos y los lazos de intereses
individuales y colectivos que los intelectuales
construyeron para expresar y difundir ideas, pero
también les permitió adoptar posturas críticas
y a su vez polemizar ideas políticas y/o cultu-
rales. Los vínculos entre intelectuales también
pueden estar rodeados de intereses económicos,
los cuales en ocasiones conducen las perspectivas
estéticas y sus roles en la esfera pública.
Desde el punto de vista de Carlos Altamira-
no la historia intelectual, comprende el pensa-
miento “rodeado de experiencias históricas”.25
Es un pensamiento que no se explica exclusiva-
mente por el discurso que contengan los textos
sino a través de todo aquello que rodeó al inte-
lectual. La historia intelectual no es la historia
de un sujeto social aislado; es la agencia de un
intelectual con otros intelectuales para generar
pensamientos e ideologías, operar en sus con-
textos. Como arma Tarcus, retomando a Carlos
Altamirano: “la labor intelectual solitaria suele
ser la excepción, no la regla: cuando se observa
con atención, siempre se detectan microsocie-
dades o grupos intelectuales”,26 para ejecutar
y exponer las posturas que ellos defendían por
intereses personales y colectivos.
Habría que considerar en el estudio de los
intelectuales qué y cómo debatieron ciertos con-
ceptos y posturas políticas27 (como el liberalis-
mo, republicanismo, socialismo, comunismo si
fuesen los casos), si sus posturas y pensamiento
nacen desde la militancia, o de alguna posición
de poder en el Estado. En tales casos es impor-
tante entender las experiencias tanto de orden
académico como políticas, y analizar los textos
del intelectual a partir de su contexto indivi-
dual y del entorno colectivo al que se suma o
del que trata de separarse.28 Es aquí donde el
contexto referido de las redes y sociabilidad de
los intelectuales, los espacios de divulgación y
la experiencia individual toman sentido para la
comprensión del texto del intelectual.
Otras de cuestión a considerar es que las
ideas, conceptos, posturas ideológicas, no siem-
pre son unánimes entre las sociedades de inte-
lectuales. Cabe la posibilidad del consenso, que
da paso al debate y renovación de las ideas.
La difusión del pensamiento ha circulado en
dos dimensiones, uno por medios de expresión
escrita, visual y oral; y la que corresponde a
la discusión de las ideas en lugares de socia-
13
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bilidad,29 allí cabía la posibilidad de aceptar o
rechazar las posturas políticas, económicas, cul
-
turales, estéticas y cientícas. De alguna mane-
ra, en esta segunda dimensión los intelectuales
cruzan las fronteras geográcas y trascienden
la materialidad de la expresión oral, visual y
escrita de sus obras.
La historia intelectual, según Altamirano,
“Ella privilegia cierta clase de hechos —en
primer término los hechos de discurso— por-
que éstos dan acceso a un desciframiento de la
historia que no se obtiene por otros medios y
proporcionan sobre el pasado puntos de obser-
vaciones irremplazables”.
30
Cabe agregar que a
la hora del análisis de los textos, el historiador
no juzga verdaderos o falsos el discurso en el
texto, sino que contextualiza para reexionar
sobre el por qué, para qué y a quiénes se dirigió
la enunciación. Lo que se busca es la intencio-
nalidad del intelectual por medio del texto, en
este tono, siguiendo a Altamirano:
[…] ¿qué es lo que podemos consignar, dentro de
nuestra historia intelectual, en ese linde que lla-
mamos “literatura de ideas”? Desde los textos de
intervención directa en el conicto político o social
de su tiempo a las expresiones de esa forma más
libre y resistente a la clasicación que es el ensayo,
pasando por las obras de propensión sistemática o
doctrinaria. Lo común a todas las formas del discur-
so “doxológico” es que la palabra se enuncia desde
una posición de verdad, no importa cuánta cción
alojen las líneas de los textos. Puede tratarse de una
verdad política o moral, de una verdad que reclame
autoridad en una doctrina, de la ciencia o los títulos
de la intuición más profética.31
Algunos historiadores dedicados al estudio de
intelectuales están inuidos por la historia cul-
tural y análisis del discurso.32 Lo vemos cuando
se utilizan las obras de los intelectuales (ensayos
con discursos políticos, obras literarias o cientí-
cas) para interpretarlas y explicarlas. También
es cierto que la inuencia de la sociología —de
Pierre Bourdieu, particularmente— está pre-
sente en la reexión de las relaciones sociales,
campos de poder, sistemas de ideas, represen-
taciones simbólicas en los discursos. Esto lo
explica Altamirano al señalar que la “[…] his-
toria intelectual se práctica de muchos modos
y que no hay, dentro de su ámbito, un lenguaje
teórico o maneras de proceder que funcionen
como modelos obligados ni para analizar sus
objetos, ni para interpretarlos […]”33 Es decir,
la historia intelectual admite variadas formas
de historiar al intelectual y/o a los intelectuales.
Como se ha señalado, el estudio del intelec-
tual hay una marcada tendencia en lo conceptual
y en las estrategias metodológicas respecto al
entendimiento de contexto-texto y de la propia
naturaleza del intelectual, que permite vislum-
brar hacia dónde ha llegado hoy la historia inte-
lectual. El camino y la dirección que ha tomado,
según Altamirano: “[…] admite más de un abor-
daje y cada uno de ellos puede contener su parte
de verdad, aunque no sea la verdad completa.
Por amplia que sea la concepción, difícilmente
pueda hacer justicia a todos los hechos dignos
de ser considerados y algunos aspectos del tema
quedaran en la penumbra […]”
34
Precisamente,
la admisión calidoscópica para la historia del
intelectual nos permite observar sus vidas, pen-
sarlos en un contexto histórico del factum del
texto y su discurso. Como señala Palti haciendo
alusión a Quentin Skinner:
[…] lo que busca la historia intelectual no es sólo
comprender qué decía un autor en un texto sino
también, y fundamentalmente, qué hacía al decir
lo que dijo. Los textos cabría considerarlos, pues,
como actos de habla, comprenderlos no sólo como
meras representaciones de la realidad sino como for-
mas de intervención práctica, tanto simbólica como
material, sobre la misma. Ello supone reconstruir
el contexto pragmático particular del cual los mis-
mos surgieron (quién habla, a quién le habla, etc.)
[…] En denitiva, no bastaría ya con comprender
el signicado de aquellos postulados o ideas conte-
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nidos en los textos en cuestión, sino que habría que
poder reconstruir su sentido, el cual es una función
del contexto de enunciación particular en que se
produjeron los mismos […]35
Bajo este entendido, la historia intelectual se
propone comprender los textos con las inten-
cionalidades subyacentes en los discursos, no
es suciente con explicar la semántica de sus
conceptos y la estructura sintáctica de sus tex-
tos, sino el uso de las obras en contextos prag-
máticos. Se trata de considerar la ejecución y
acción de los textos, así como las intenciones
en el colectivo social. Al pensar de esta manera
el texto, sabemos que no es una construcción
imparcial, sino que es una construcción de un
intelectual, y que por ello está inmersa en el
mundo y cargada de intención pragmática que
responde a sus intereses personales e intencio-
nes de estar en el mundo.
Sin olvidar que el enfoque de la historia in-
telectual intenta alejarse de las líneas del tiempo
planas, aquellas pensadas de forma cronológi-
ca y sin analizar lo transhistórico del discurso
en el texto y difuminan a su enunciante en los
contornos contextuales. Esta forma de tratar el
tiempo termina por ser reductiva. Cuando se
aborda el tiempo a manera de destino, se cons-
triñe la reexión sobre las intencionalidades del
intelectual. Al pensar el tiempo como si fuese
una cadena de sucesos y, a manera de antece-
dentes, se presenta el contexto semejante a una
llanura: sin quiebres, coyunturas y transiciones;
esta visión hace que el contexto se repliegue a
lo largo del análisis de los textos y en ocasiones
desvanece al enunciante (el intelectual).
Jorge Myers ha señalado que lo distintivo
de la historia intelectual “[…] es la atención que
presta la actual al contexto en cuyo interior están
ínsitos los discursos (vale la pena recordar que
los discursos objeto de la historia intelectual no
necesariamente son exclusivamente verbales
[…])”36 En donde los textos por sí mismos no
se explican, sino que requiere del contexto del
intelectual, por ello vale la pena recordar que
ese contexto es multidimensional, y que los re-
cursos para entender las ideas de un intelectual
y su contexto versan desde fotografías hasta
entrevistas en la radio.
Pero, la gran pregunta es, ¿en qué consiste
el contexto histórico para la historia intelectual?
Dominick Lacapra comprende la relación del
texto con el contexto de la siguiente manera: el
contexto se construye cuando se lee y analiza el
texto, de forma que el texto no se puede analizar
únicamente desde sí mismo, sino que también
se interpreta observando fuera de él.37 Cuando
Lacapra se reere afuera del texto se reere a
el mundo real; los connes y análisis del texto
ocurre cuando sólo se lee dentro del mismo o se
realiza un estudio intertextual sin contexto, lo
dicho limita explicaciones que no involucran la
realidad exterior en la que se enunció. El texto
tiene dos dimensiones: una integrada por las ex-
plicaciones y sentido semántico/sintáctico dentro
de la obra, y otra en la que se distingue la inten-
cionalidad que el intelectual imprimió en el texto,
esta última, por supuesto, se inserta en el mundo
contextual al que perteneció el intelectual.
Annabel Brett dene el contexto histórico
como aquel espacio y tiempo donde fue enun-
ciado el discurso de los intelectuales, y que
está integrado por diversas acciones humanas
o como ella diría: “[…] ‘el contexto’ puede ser
multidimensional: una situación política espe-
cíca, un entorno social o cultural, un contexto
institucional […] para nuestro análisis ahora,
lo que nos interesa es el contexto lingüístico
histórico (que puede estar implicado de distintos
modos en los otros tipos de contexto […]), lo
que la gente estaba diciendo en la época y las
convenciones que gobernaban ese decir […]”38
La importancia de comprender que los textos
no están compuestos exclusivamente por el
lenguaje simbólico es, precisamente, darse por
enterado de que leer el texto y su contexto es
necesario deconstruir y construir la explicación
del intelectual en ambos espacios históricos.
15
Por una historia receptiva del intelectual…
Dicere • 6 (julio-diciembre 2024) • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi6.69
El desafío de repensar el texto en el con-
texto multidimensional estriba no solamente en
comprender el texto, sino mantener a la vista
al ser humano (al intelectual), las relaciones
sociales, laborales, militancias-ideas políticas, la
inuencia de otros intelectuales tanto en su vida
personal como en sus textos. De esta forma los
escritos no se quedarán en contextos cerrados o,
peor aún, sin contextualizarse; sino que se abri-
rán al análisis multidimensional, acercándonos
a lo que ya he recalcado: el entendimiento de
la intencionalidad del intelectual a través del
texto en un mundo fáctico.
Como indica Brett, es importante compren-
der quién y qué se enuncia en el texto, a quién
se dirige, y cómo ese discurso se entrelaza con
otras ideas, otros textos en el contexto fáctico;
eso es el contexto histórico para la historia in-
telectual: el espacio, el tiempo donde se com-
partieron ideas, símbolos y prácticas. El espacio
físico, de acuerdo con Alexandra Pita, es una
dimensión que los intelectuales rompen con sus
pensamientos (expuestos en textos sean estos de
índole escrita, oral y visual), cuando sus ideas
se trasladan en papel (o en cualquier medio
de difusión) fuera del entorno que habitan.39
“Además, un contexto es, por denición, algo
que se comparte con otros hablantes/oyentes”,40
y explicar a esos hablantes su mundo físico y
virtual. Y aquí es importante tener a la vista, se-
gún Brett, que debemos “[…]dar la bienvenida
positivamente a la noción de intertextualidad
dentro de una comprensión amplia de la historia
intelectual como la historia de la lengua o el
discurso”
41
para no perder el sentido del texto
con otros textos.42
Elías Palti,
43
por otro lado, entiende el con-
texto histórico como el conjunto de aquellos
elementos discursivos que están fuera del texto,
pero que lo penetran. El texto y el contexto se
entrelazan, esto nos permite observar que las
ideas en el texto no se explican a sí mismas o
por sí mismas, que las categorías conceptuales
tanto externos como internos responden a los
intereses de los autores e intelectuales en su
mundo real y operativo.
Por lo tanto, el análisis del contexto históri-
co consiste en relacionar los textos del intelec-
tual, el hablante, con otros textos y documentos
que lo rodean para reconocer cómo y bajo qué
intencionalidades se incluyen o se excluyen.
Este tipo de análisis involucra, entonces, una
deconstrucción y reconstrucción contextual de
la realidad histórica en que se lee el texto de
los intelectuales.
Todo lo anterior nos lleva a pensar que el
contexto de ninguna manera puede ser la recu-
peración del pasado a través de una línea del
tiempo lisa, con fecha de origen y nal. Por
consiguiente, el contexto y su relación con el
texto de los intelectuales, es un escenario con
matices, inexiones, enlaces, consensos y des-
encuentros; que es observado a través del lente
de quién fue ese intelectual en su mundo real.
Entender las utopías del intelectual
Las reexiones de cómo, de dónde viene el in
-
telectual, se ha discutido a lo largo del siglo XX
por los propios intelectuales.44 Actualmente la
historia intelectual cuestiona las actuaciones y
relaciones del intelectual con otros intelectuales.
Persiste la búsqueda por resolver las interrogan-
tes, por qué lo dijo, a quién dirigía los discursos
en los textos, pictografía u orales, además de
cavilar con quiénes discutía y se reunía, cuál
era el sentido de las ideas en determinados con-
textos de sociabilidad.
Retomando las preguntas, qué y cómo eran
las relaciones sociales entre intelectuales y redes
(económicas, políticas) con otros en el mundo
real, la cuestión nos permite acceder y pensar
en el pasado del intelectual para distinguir y
analizar los claros, los oscuros en los textos,
y percatarnos de los matices en sus discursos,
así como los contextos multidimensionales
que se ocultan tras ellos, y no quedarnos con
la idea que sólo era un intelectual tradicional,
16
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orgánico45 al servicio del Estado, universal46 o
luchador de causas especícas,47 y/o que reac-
cionó a las izquierdas o contestó a las derechas,
sino que estos los movían pasiones e intereses
personales y/o familiares.
Una característica del intelectual es que, sin
importar la militancia y pensamientos políticos
o socioeconómicos, en ella y en él existe la ne-
cesidad de construir utopías sociales,
48
e intentar
que estás se hiciesen realidad, a su vez, crea
los medios (impresos, visuales y orales) para
que sus pensamientos circulen, sean discutidos
en las esferas académicas, políticas y sociales.
Por tal motivo, desarrolla la capacidad de aso-
ciación y la habilidad de gestión (económica y
política), ambas acciones le permiten circular
sus pensamientos.
Para Enzo Traverso,49 el intelectual no se
dene solamente por la militancia política: por
ser de izquierda, comunista y contestatario; sino
que se dene por su postura ideológica, la ca-
pacidad de actuación o de reacción en defensa
de lo que cree debe ser, sea ésta una posición
de derecha o de izquierda.
50
En este sentido,
no debemos perder de vista a los intelectuales
como hombres y mujeres con poder fáctico en
el mundo real, no podemos dejar de analizar
la conciencia que tienen de sí mismos, de sus
convicciones políticas e interese económicos.
Un intelectual no solamente es aquel con-
testatario, opuesto al gobierno en turno, sino
también puede ser reaccionario o estar adheri-
do al Estado, transitar de la esfera política de
izquierda hacia la derecha (y viceversa), estar
a favor de un gobierno y en años próximos en
contra.
51
El trabajo de un intelectual tampoco
se limita a la divulgación de conocimientos de
las ciencias o letras; sino que tiene la capacidad
y agencia de presentar opiniones sociales, po-
líticas y defender en público lo que cree debe
ser para la sociedad y para ella o él mismo.
Como ha señalado François Dosse,
52
el intelec-
tual puede ser un psicólogo o maestro, porque
su reconocimiento proviene de las actividades
intelectuales que ha ejecutado en la sociedad,
no por sus títulos académicos.
La naturaleza del intelectual también está
atravesada por la idea del compromiso con el
otro y consigo mismo, saben y comprenden los
posibles alcances de sus opiniones, actuaciones
y confían que sus creaciones e ideales puedan
transformar a la colectividad, ya sea en el pre-
sente o en potencial futuro. De aquí que muchos
de sus pensamientos sean utopías porque buscan
transcender los horizontes del ahora y navegar
hacia otras realidades posibles y futuras.53
Pensemos entonces que el intelectual es un
mediador, gestor de recursos económicos, hu-
manos y creador de utopías con la posibilidad
de generar transformaciones sociales. Por ello
es un productor de espacios —textuales y visua-
les— para la circulación del pensamiento, con la
intención de que sus ideas lleguen a la máxima
cantidad de personas. El intelectual por sus crea-
ciones e ideales se convierte en referente social,
moral, y artístico que transciende los textos y en
ocasiones el propio tiempo vivido.
Sin embargo, hay otro tipo de intelectual
que Carlos Altamirano denomina como inte-
lectual público, éste “[…] no se concibe como
un magistrado del espíritu ni como un exper-
to, sino como un ciudadano que busca animar
la discusión de su comunidad y se rehúsa por
igual tanto al consenso placiente como a las
simplicaciones”.54 Este intelectual no parte
de premisas académicas o políticas, parte del
sentido moral y ético frente a las injusticias so-
ciopolíticas, va en defensa de los que no tienen
voz (los excluidos y reprimidos). Altamirano
observa a estos intelectuales fuera del ámbito
academicista, de las microsociedades cienti-
cistas, y los coloca en el espacio público, como
una voz que resuena entre los ciudadanos y es
capaz de dirigirse a los opresores.
Pero, existen otros intelectuales que usan
su formación académica, relaciones sociales,
familiares y plataforma política para defender
aquello que benecie a las minorías privilegia-
17
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das (económica y políticamente) y no por ello
dejan de actuar en la esfera pública, y desde allí
han conseguido hacerse escuchar. La noción
de intelectual público también es aplicable a
aquellos hombres y mujeres que han defendido
las ideas de las derechas, aunque para algunos
historiadores nos pueda sonar chocante. Es
verdad que Altamirano se reere al intelectual
comprometido de izquierda, moralmente con la
sociedad de su mundo, aquel hombre o mujer
alejados de los títulos universitarios o platafor-
ma política, regido por el deber ser (la moral),
pero ¿acaso a los intelectuales de derecha o
reaccionarios, no les conduce su propio sentido
de la moral?
Contradicciones y experiencia del intelectual
Las contradicciones en el texto no se revelan
solamente al darnos cuenta de lo irresoluble que
pudiesen ser las ideas y los conceptos desarro-
llados por los intelectuales,
55
también preexisten
otros tipos de aporías las cuales percibimos
—en acciones íntimas y cotidianas— cuando
intentamos denir y crear bocetos del intelectual
por medio del contexto, podemos encontrar en
las pesquisas documentales que los discursos
políticos, estéticos y culturales se contradicen
con el actuar íntimo, cotidiano del intelectual,
revelándose por medio de cartas, fotografías o
videograbaciones familiares.
Ejemplo, el o la intelectual pude oponerse
a la moral de las religiones, manifestarse liberal
republicano, anarquista, socialista o comunis-
ta y declararse públicamente ateo, pero en las
relaciones familiares asiente ritos (de índole
católico, musulmán, judaico, budista, etc.), o
una intelectual feminista posesionarse pública-
mente progresista, liberal de izquierda, pero en
la intimidad del hogar asumir el rol machista
y validar el sistema patriarcal que criticó en
público; es aquí donde reexionamos otros tipo
de contradicciones en los discursos (textuales,
visuales y orales), pensemos: una cosa es lo
que escribía, manifestó en público y otra cosa
es lo que hacía en su vida personal e íntima.
Esto nos lleva a cuestionarnos, ¿cómo pode-
mos saber que los textos y sus actos públicos se
contradicen con la vida personal e íntima? Una
de las posibles maneras de contrastar, o llegar a
ciertas reexiones, será justamente a través del
cruce de información emitida por la prensa y
el análisis de la correspondencia del intelectual
con familiares,
56
amigos, colegas o militantes
políticos,57 que nos darán luz sobre su actuación
e intereses públicos pero nos accederá compren-
der los entornos familiares y personales.
Podemos considerar la experiencia de vida,
tomarla como una especie de brújula para lle-
gar a un mejor entendimiento de las posturas
ideológicas, políticas tanto en sus obras, así
como en la actuación pública. Esto nos per-
mite comprender “ese decir de las cosas” en
determinadas etapas de la vida del intelectual,
considerando que las ideas están inuidas por
los años transcurridos y la vida transitada en
el mundo, tales elementos (experiencia/vida y
contradicciones en el texto) también nos con-
sentirán observar el cambio o transformación
de las emociones, motivaciones e ideologías en
los textos. No se trata de resolver lo indecible en
los textos, o resolver las contradicciones de la
vida con los textos, sino de dibujarlo de forma
multidimensional para entender a un intelectual
lo más humano posible.
Lo anterior nos puede parecer obvio, evi-
dente a los historiadores, sin embargo, esa ob-
viedad no siempre se reeja en la interpretación
y análisis del intelectual y sus textos; puedo
armar que ni en las narrativas históricas que
hacemos respecto de ellos y ellas. Desde luego
esta armación reexiva a la que me reero,
de la aprehensión de la experiencia humana
del intelectual, ha sido discutida por José Luis
Romero58 y François Dosse bajo el enfoque de
las Biografías. En este caso Dosse comprende
como “los sentidos de una vida”
59
son indiscu-
tibles para:
18
Jenny Zapata de la Cruz
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La biografía de un pensador implica comprender,
a la manera Starobinski, la unidad del gesto que es
suyo, lo propio de su ser, a sabiendas de que éste
es susceptible de múltiples alteraciones y modica-
ciones. Además, la signicación, de una vida nunca
es unívoca, sólo puede declinarse en plural, no sólo
por los cambios que implica la experimentación del
tiempo […]60
Es verdad, que la historia intelectual no se enfo-
ca en realizar biografía (pero se sirve de ellas, se
guía con ellas), pero si trabajados e historiamos
vidas. Y en ese sentido las contradicciones del
intelectual también pueden analizarse prestando
atención a las transiciones que hubo en su ex-
periencia biológica o las inexiones ocurridas
a lo largo de su vida: como enfrentar un exilio
político, enfermedades, o la pérdida de seres
queridos; lo personal nos ayudará a entender
la toma de decisiones en sus textos, así como
sus acciones públicas.
En ocasiones perdemos de vista que los
intelectuales fueron o son seres humanos, en-
vejecieron o cambiaron su forma de pensar por
las experiencias otorgadas por la vida. Sembra-
mos el análisis en la biografía del militante,
del político, de la activista, del cientíco, del
literato y dejamos de considerar las experien-
cias inherentes a la vida misma. Al integrar
en el análisis histórico de la experiencia, y las
posibles contradicciones entre texto y contex-
to, abogamos por una historia intelectual más
cercana al mundo en el que transitaron, en el
que creían que sus textos con utopías podían
circular más allá de la realidad política, social,
cultural del que formaron parte.
Breves consideraciones nales
[…] es el lenguaje quien consigue a veces decla-
rar con mayor aproximación algunas de las cosas
que nos pasan dentro. Nada más. Pero de ordinario,
no usamos estas reservas. Al contrario, cuando el
hombre se pone a hablar lo hace porque cree que
va a poder decir cuanto piensa. Pues bien, esto es
lo ilusorio. El lenguaje no da para tanto.
José Ortega y Gasset
La historia intelectual nos sigue lanzando desa-
fíos a través de las cuestiones, de cómo y quién
es el intelectual, por qué tenía cierta posición
social, política o cultural en su tiempo, qué de-
seaba decir en sus textos, por qué se expresó,
actúo de tal forma y no de otra frente a otros.
Pero más allá de lograr responder a cada una de
esas interrogantes, en realidad estás cuestiones
generan incertidumbres respecto al rumbo a to-
mar en la reconstrucción del pasado de aquellos
hombres y mujeres que actuaron en la esfera
pública en defensa de sus utopías, es por tal
motivo, que los historiadores transitan hacia
la interdisciplinariedad, buscando entender y
visualizar al intelectual con otros intelectuales,
pero también con otros grupos sociales que no
necesariamente eran intelectuales.
Por medio de la revista Fractal (2019) un
grupo de especialista sobre el intelectual o in-
telectuales61 han planteado que a raíz de cues-
tionarse qué es la historia intelectual y al bus-
car respuestas se dio paso al surgimiento de la
historia de los intelectuales (en plural), sugieren
en la presentación de la revista (elaborada por
Grethel Domenech Hernández) que la indagación
es por comprender quién es el intelectual, lo que
condujo a pensarlo en esferas colectivas; según
François Chaubet,62 esta historia de los intelec-
tuales surgió de un ejercicio “empírico” en la
que la sociología bourdiana inuyó para pensar
al intelectual en sociabilidad e itinerarios; de esto
último concuerdo que la inuencia sociológica en
los estudios del intelectual nos motivó a repasar
los espacios colectivos, comprender que no ac-
túa solo o sola, que requirió de relacionarse con
otros. Sin embargo, esta inuencia sociológica no
es del todo empírica porque hoy se continúa dis-
cutiendo el concepto de sociabilidad, itinerarios,
redes y campos del saber, esas reexiones tienen
diversas intencionalidades teóricas y metodoló-
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gicas para la historia intelectual y una de ellas
es comprender como aprehender al intelectual
en la pesquisa archivística.
Para la historia intelectual y de los inte-
lectuales, nos conjunta las preocupaciones y el
desafío de saber elegir e interpretar los textos,
preguntarnos qué expresan y si en realidad esos
textos se reeren a ideas políticas, culturales, so-
ciales y cientícas (si partimos de allí) y de fren-
te saber clasicar los documentos archivísticos
adecuados para reconstruir el contexto público
y personal. Ambos trabajos, el archivístico y las
revisiones historiográcas, nos deben permitir tejer
la posible vida social y personal de un intelectual o
de intelectuales, por lo tanto, la historia intelectual
también es la historia de los intelectuales.
Sin embargo, esto último no es tan fácil de
hacer, porque entender a los seres humanos a
lo largo de sus tiempos vividos por medio de
textos no es una tarea que se conciba de forma
sencilla; y retomando lo que ha dicho Ortega
y Gasset, el lenguaje no da para tanto, algo
similar nos ocurre a los historiadores con los
textos y contextos: es darnos cuenta de que no
siempre son sucientes para reconstruir vidas
pretéritas, pero sí creo que nos puede alcanzar
para trazar pinceladas de quiénes fueron los y
las intelectuales en su acción pública.
Es aquí en donde me gustaría ir cerran-
do las ideas de este artículo, expresar que el
interés de la revisión ha versado en dos sen-
tidos. Uno, no perder de vista los procesos y
transiciones de la vida privada y pública de
los intelectuales.
63
Dos, poseer cierta claridad
del cómo entendemos el texto, contexto, para
asir experiencias, pensamientos complejos del
intelectual o los intelectuales.
Finalizar, esta revisión historiográca no
pretende invalidar la contingencia que se genere
con otros enfoques humanísticos y sociales para
comprender al intelectual, ni pretendo que, con
lo expuesto se cierra uno de los tantos debates
realizados a lo largo del siglo XXI, pero si coloco
en la mesa el repensar que no debería existir tra-
bajo empírico (archivístico) sin la discusión del
concepto, ni pesquisa documental sin estrategias
metodológicas; todo lo contrario, la pesquisa
archivística y toda reconstrucción histórica re-
quiere de saberes teóricos y metodológicos, sin
importar si estos son trans e interdisciplinario.
Citas
1
El artículo es resultado del estudio historiográco para
mi tesis doctoral: “El tránsito de los intelectuales Jaime
Torres Bodet y Martín Luis Guzmán en la unidad na-
cional. Pensamientos educativos para la construcción
nacional a través del proyecto de los Libros de Texto
Gratuitos (1938-1964)”, defendida el 23 de abril de 2021.
2 Bavaj, “Intellectual History”, p. 13.
3
Relacionándola con la idea de Cliord Geertz (La inter-
pretación de las culturas) sobre la densidad en la etnogra-
fía; para la historia intelectual la densidad se teje con el
concepto intelectual, la categoría texto, cuyo binomio son
parte de la construcción contextual densa. Compréndase,
que la densidad es compleja, pero no signica que sea
indecible e inasible.
4 Bavaj, “Intellectual History”, p. 2.
5
Martin Jay, en 1993, discutió las tensiones dentro de
la historia intelectual entre los textualistas y los contex-
tualistas. El debate se centra en la importancia del texto
en relación con otros textos, y si el contexto es o puede
ser una “camisa de fuerza” para la comprensión de los
discursos o ideas de los intelectuales en sus escritos. En
este sentido, Jay nos motiva a repensar que los enfoques
historiográcos son inacabados, y más allá de las reyertas,
los desacuerdos y posibles consensos entre las disciplinas
y dentro de ellas mismas, podemos reexionar cómo
construir caminos teóricos metodológicos para historiar
el pasado. La disertación que aquí se menciona véase en
el capítulo: “El enfoque textual de la historia intelectual”,
en Campos de fuerza, pp. 293-307.
6 Tarcus, “Palabras de apertura”, p. 4.
7 En 1997, aparece Prismas. Revista de Historia Intelec-
tual de la Universidad Nacional de Quilmes. La publi-
cación tuvo origen en las Primeras Jornadas de “Ideas,
intelectuales y cultura”, llevadas a cabo en 1995. Tanto
el evento como la revista Prismas abrieron la puerta a
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la historia intelectual en Argentina, que a su vez inuen-
ció a otros historiadores en Latinoamérica. En 2001, en
México, el Seminario de Historia Intelectual en Amé-
rica Latina fue impulsado por El Colegio de México
(Colmex), y, en 2022, quedó bajo la coordinación de
Carlos Marichal (Colmex), Alexandra Pita (Universi-
dad de Colima) y Aimer Granados de la (Universidad
Autónoma Metropolitana).
8 En 2010, se publicó la obra Temas y tendencias de la
historia intelectual en América Latina, en el trabajo in-
troductorio (extenso e interesante), los editores Aimer
Granados, Álvaro Matute y Miguel Ángel Urrego, sos-
tienen que la historia intelectual en América Latina, en
especial en México, tiene sus cimientos en la Historia de
las ideas impulsada en la década de 1940 por la llegada
de los exiliados españoles, principalmente tras el arribo
de José Gaos, y en el caso argentino, por la inuencia
de Alejandro Korn.
9 Presentación de las líneas, enfoques y objetos de estu-
dio del Centro de Historia Intelectual, en la Maestría en
Historia Intelectual, promoción 2020.
10
La preocupación mostrada por Ana Teresa Martínez en
la revista Prismas (2013), critica los análisis dominantes
y productos culturales (construcción de simbolismos) en
la historia intelectual. Según ella, la tendencia de analizar
los símbolos ha opacado el estudio de los intelectuales en
los pueblos, provincias, y regiones alejadas del epicentro
de las grandes ciudades. En realidad, ese año (2013)
Prismas (número 17) contiene en su dossier especializado
trabajos que abogan por una historia intelectual atenta a
la categoría conceptual de lo regional, entre ellos los de
Ana Clarisa Agüero, Diego García y Ricardo Pasolini;
y el estudio sobre los maestros rurales como intelec-
tuales en México de Alicia Civera. También está el de
Martin Bergel, titulado “‘Los intelectuales menores’ en
la génesis del Partido Aprista Peruana. Algunas consi-
deraciones iniciales”. En general, el dossier responde a
las inquietudes de Gorelik acerca de la construcción de
una historia intelectual descentralizada y alejada de las
grandes ciudades.
11
Mariana Canavese reexiona que la historia intelectual
argentina es: “[…] Una zona de roces, diálogos e interac-
ciones con la historia de las ideas, la historia cultural, la
historia política y social, la hermenéutica, la sociología
de la cultura, la crítica literaria, la losofía política, la
historia de las disciplinas cientícas, la historia del arte, el
análisis del discurso, los estudios culturales y poscolonia-
les, y más. Un espacio heterogéneo, con las posibilidades
y los problemas que trae negociar los límites del archivo,
las apuestas metodológicas y los enfoques teóricos […]”
12 Se comprende como texto las obras de los intelectuales:
novelas, cuentos, poesía, ensayos políticos, culturales,
sociales, de igual manera, la pictografía puede consi-
derarse como un texto visual que comunica “algo”, por
ella las fotografías, pinturas e imagen pueden ser un
texto-pictográco creado con intencionalidad por parte
del intelectual.
13
No debemos pasar por alto la advertencia de Martin Jay
referente a la contextualización y las limitantes que con-
lleva construir contextos históricos para la comprensión
de los textos. Plantea las retracciones del contexto, las
cuales en gran medida son aquellas relacionadas con la re-
construcción del pasado en el presente, y los documentos
inevitablemente no dejan de ser textos por interpretarse.
Valdría la pena, entonces, repensar el contexto histórico,
no como el pasado del texto, sino reconstruirlo pensando
en el pasado del intelectual y sus textos.
14
Es importe señalar, que esta propuesta del contexto,
en la que particularmente me adscribo (sin caer en lo
panegírico), ya ha sido discutida por John Patrick Diggins
en su artículo de 1988: “La ostra y la perla: el problema
del contextualismo en la historia intelectual”.
15 Lo cual tendría que repercutir en la ejecución de una
historia intelectual que sea capaz de observarse, asentir
las criticas para autoredenirse a nivel teórico y metodo-
lógico. Sobre este punto puede comprenderse el texto de
Dominick Lacapra “
Intellectual History and Its Ways”
en el que además se trenza en una álgida disertación
con Russell Jacoby. Lacapra, exhibe el problema de la
historia empírica, esa que se ejecuta sin teoría, además
de advertir que no debemos hipostasiar el contexto,
texto y al lector de una obra, sino comprender las
tensiones y/o las relaciones de los conceptos ante lo
dicho. Lacapra, “Intellectual History and its Ways”,
pp. 425-439
.
16
Para esta idea de sociabilidad se recomienda el libro
Sociabilidad y vida Cultural, editado por Paula Bruno.
17 En particular entrevistas de radio y televisión.
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18 Varios intelectuales mexicanos del siglo XX fueron
guionistas o adaptadores de sus propias obras literarias,
y, en ocasiones, asesores en los lmes, como es el caso
de Martín Luis Guzmán en la versión cinematográca
de La sombra del caudillo, llevada al cine en 1960 (y
vetada en México). Asimismo, José Revueltas, junto con
el escritor José Agustín, preparó el guion para llevar al
cine su obra más reconocida, El apando (1976).
19 Tarcus, “Palabras de apertura”, p. 15.
20 Cuidando que el contexto no se convierta en un espacio
de acopio temporal y de acciones humanas.
21
Entiéndase para este caso que los textos son la produc-
ción literaria: novelas, cuentos, poemas, ensayos políticos
o conferencias orales escritas del intelectual.
22
Desde el punto de vista de Tarcus, el intelectual “faro”
es aquel o aquella que ha sido estudiado al máximo y/o
repetidas veces por sus obras y acción sociopolítica,
ocultando a otros u otras que de igual manera pudieron
aportar legados estéticos, críticas políticas, sociales en la
esfera pública. Un ejemplo son los estudios hechos a la
pictografía y el pensamiento político de izquierda entre
los muralistas mexicanos Diego Rivera, Alfaro Siqueiros
y José Clemente Orozco, trabajos que han opacado la luz
de mujeres muralistas y su acción política. Es el caso de
Aurora Reyes y a Helena Huerta, por mencionar algunas.
23 Tarcus, Palabras de apertura, p. 15.
24 Pita, Redes intelectuales transnacionales, p. 15.
25 Altamirano, Para un programa de historia intelectual, p. 5.
26 Tarcus, “Palabras de apertura”, p. 17.
27 Y hasta económicas, analizar si abogan por un capita-
lismo keynesiano o por un neoliberalismo de la escuela
austriaca, si fuese el caso.
28 Oscar Terán publicó en 1998, en Prismas, un análisis
sobre Carlos Octavio Bunge, allí nos da atisbos de cómo
podemos comprender a este sociólogo desde su formación
cientíca, pensamientos losócos y posturas políticas;
así como a la generación en la que creció y se consolidó.
Con este contexto, desde el punto de vista de Terán, se
pueden comprender de mejor manera los pensamientos
y textos de Buge, sus ideas cientícas y a su generación.
29
Un ejemplo de espacios para la sociabilidad son los
Ateneos, los cuales no sólo servían para discutir textos
literarios o escuchar conferencias, sino también para
expresar ideas sobre la realidad política y social. Dos
ejemplos son el Ateneo de la Juventud en México y el
Ateneo de Madrid, ambos, durante el siglo XX sirvieron
como espacio de discusión de la Revolución Mexicana
y la Segunda República en España, respectivamente.
30
Altamirano, Para un programa de historia intelectual, p. 15.
31
Altamirano, Para un programa de historia intelectual, p. 20.
32 Palti reconoce que en esta nueva historia intelectual:
“Encontramos aquí un primer antecedente de lo que po-
demos llamar el ‘giro lingüístico’ en la historiografía de
ideas. Éste se encuentra asociado a la emergencia de la
llamada ‘escuela de Cambridge’ (Inglaterra), organizada
en torno a la obra de Skinner y Pocock”. Palti, “La nueva
historia intelectual”, p. 299.
33
Altamirano, Para un programa de historia intelectual, p. 13.
34 Altamirano, “Introducción general”, p. 11.
35 Palti, ¿Las ideas fuera de lugar?, p. 12.
36 Myers, “Discurso por el contexto”, p. 182.
37 Lacapra, “Historia intelectual”, pp. 237-294
38 Brett, “¿Qué es la historia intelectual ahora?”, p. 210.
39 Pita, Redes intelectuales transnacionales, pp. 5-24.
40 Brett, “¿Qué es la historia intelectual ahora?”, p. 224.
41 Brett. “¿Qué es la historia intelectual ahora?”, p. 224.
42
Para ello véase Lacapra, “Repensar la historia intelec-
tual y leer textos”.
43 Palti, “La nueva historia intelectual”, pp. 297-305.
44 De Antonio Gramsci, Julien Benda, Raymond Aron,
Jena-Paul Sartre, Michel Foucault, entre otros, han hecho
labor de explicar cómo son los intelectuales durante el
siglo XX.
45 Léase a Gramsci, La formación de los intelectuales.
46
Véase la entrevista de Radio Canadá a Jean-Paul Sartre
a cargo del periodista Claude Lanzmann en 1967. Pro-
yectada y subtitulada por Canal Encuentro, del programa
Especiales de Encuentro, Argentina.
47
Léase la entrevista con M. Fontana en la revista L’Arc,
70 (número especial de 1971); Foucault, Estrategias
de poder.
48
Retomo del artículo “The concept of utopia-Thomas
project”, de Fátima Vieira, la idea de que “Utopia is thus
to be seen essentially as a strategy. By imagining another
reality, in a virtual present or in a hypothetical future,
utopia is set as a strategy for the questioning of reality
and of the present”. En la que justamente se ve al inte-
lectual como actor que cuestiona el contexto que habita,
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Jenny Zapata de la Cruz
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y propone nuevas realidades posibles de vida social,
política y cultural.
49 Traverso, ¿Qué de los intelectuales?, pp. 11-108.
50
Por ejemplo, José A. Zanca, reexionando sobre Zyg-
munt Bauman, escribe que un intelectual está llamado
por el compromiso, está motivado por sus ideales y la
lucha estos.
51 Estas inexiones políticas de los intelectuales, pueden
seguirse por medio de sus revistas, puede ser el caso de
la Revista Tiempo, semanario de la vida y la verdad de
Martín Luis Guzmán, justo, en el primer año de circula-
ción en la década de 1940, se dedicó a criticar a Manuel
Ávila Camacho (primer presidente del Partido Revolu-
cionario Institucional [PRI] y fundador del partido), con
el transcurso de los años la revista tendió a asentir a los
gobiernos del PRI. Otro símil, desde luego guardando
las dimensiones históricas y contextuales, es la revista
Letras Libres, heredera de la revista Vuelta del intelectual
orgánico Octavio Paz. Letras Libres fundada y es dirigida
por Enrique Krauze desde el año de su creación en 1999,
justo a n de siglo y en pleno apogeo del neoliberalismo
en México, esta revista tendió en su mayoría a la crítica
literaria, traducciones al español y relatos históricos; la
cual tendió a publicar análisis y ensayos políticos, este
espacio revisteril le permitió a Krauze desde a nales
del sexenio de Enrique Peña Nieto hasta este sexenio de
Manuel López Obrador, emplear la revista para expresar
sus convecciones liberales y neoliberales y enfrentar las
críticas del gobierno que viene del partido Movimiento
de Regeneración Nacional (MORENA) que, sin duda
está en desacuerdo.
52 Dosse, La marcha de las ideas, pp. 19-173.
53 Véase a Mera Reyes y Zapata de la Cruz, “Emilio
Fernández, el intelectual detrás de la cámara”.
54 Altamirano, Intelectuales, pp. 9-145.
55
Otro tipo de contradicciones las ha denido Jean-Paul
Sartre, como aquellos actos de denuncias que hace el
intelectual de la clase burguesa; para Sartre, una con-
tradicción primaria del intelectual es asumir que se ha
formado como cientíco o técnico gracias a la burguesía
y es a esa burguesía a la que debe enfrentar y denunciar
por opresora, creadora de clases sociales desiguales.
56 Incluye padres, abuelos, hermanos, esposas, esposos,
amantes, nietos, bisnietos, etc.
57 En este sentido, cabe destacar la reexión de Adriana
Petra en su libro Intelectuales y cultura comunista, refe-
rida a los intelectuales comunistas en Argentina. Aunque
ella no habla de aporías, viene a colación expresar las
tensiones que estos intelectuales vivieron. Petra analiza
las contradicciones de la militancia comunista que vi-
vían los intelectuales, divididos entre dos mundos: una
causa universal y la causa personal, lo cual empujaba al
intelectual comunista argentino existir en una paradoja.
58
Léase de José Luis Romero, “La biografía como tipo
historiográco” en Sobre la biografía y la historia. Y
de François Dosse, “La biografía bajo la prueba de la
identidad narrativa”, en El giro reexivo de la historia.
59 François Dosse, El arte de la biografía, p. 377.
60 François Dosse, El arte de la biografía, p. 391.
61 Grethel Domenech Hernández, Rafael Rojas, Liliana
Weinberg, Aurelia Valero Pie, Tracie Matysik, François
Chaubet y Haruki Murakami.
62 Chaubet, “Historia de los intelectuales”, p. 135.
63
En la “Encuesta nueva historia intelectual”, publicado
en Políticas de la Memoria (núm. 22), Buenos Aires, es
recomendada leer para observar las diversas opiniones
de qué y cómo se entiende hoy la historia intelectual por
medio de la voz de especialistas de los países: Alemania,
Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Estados Unidos,
Francia, Gran Bretaña y México.
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