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Revista de Humanidades, Ciencias Sociales y Artes
María Antonieta Jiménez Izarraraz
El Colegio de Michoacán
Resumen
La manera como se entiende el patrimonio incide
en prácticas que le afectan directamente. El diá-
logo en el plano académico, sobre todo, cuando
encuentra formas de ser recibido entre no acadé-
micos, puede fortalecer inercias hacia formas de
pensar y actuar vinculadas con el patrimonio hacia
cuando menos, dos sentidos. En este documento
propongo volver a la reexión sobre aquello que
llamamos patrimonio cultural, reriendo a dos
grandes grupos de denición que suelen utilizarse
para referirlo, como antesala a la reexión sobre
las implicaciones de su adopción. Al nal, pre-
sento un tercer sentido hacia donde se han diri-
gido algunas deniciones en años recientes, que
posiblemente, sin planteárselo como objetivo,
está proponiendo integrar componentes que están
presentes en los dos paradigmas iniciales.
Palabras clave: patrimonio cultural, práctica
social, identidad, tradición
Abstract
The way in which heritage is understood aects
practices that directly aect it. Dialogue at the
academic level, especially when it nds ways to
be received among non-academics, can streng-
then inertia towards ways of thinking and acting
linked to heritage in at least two ways. In this
document I propose to return to the reection
on what we call cultural heritage, referring to
two large groups of denitions that are usually
used to refer to it, as a prelude to reection on
the implications of its adoption. In the end, I
present a third sense towards which some deni-
tions have been directed in recent years, which
possibly, without considering it as an objective,
is proposing to integrate components that are
present in the two initial paradigms.
Key words: cultural heritage, social practice,
identity, tradition
Cómo citar este artículo: María Antonieta Jiménez Izarraraz, “Reexiones sobre los enfoques en la denición
de patrimonio cultural”, en Dicere, núm. 4 (julio-diciembre 2023), pp. 139-155.
Recibido: 7 de marzo de 2023 • Aprobado: 24 de marzo de 2023
Dicere • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi4.59
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Reexiones sobre los enfoques en la denición de patrimonio cultural
Dicere ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi4.59
para fortalecer identidades cuantitativamente de
grandes escalas.
La historia de las normativas internacio-
nales en materia de patrimonio cultural son un
muy buen hilo que podemos seguir para iden-
ticar ejemplos clave. En ello, la observación
en los documentos de tipo convenio resulta útil
debido a que estos encuentran la vía para con-
vertirse en sustento de legislaciones especícas
al ser “tratados internacionales jurídicamen-
te vinculantes que pueden ser raticados por
los Estados Miembros”.
2
La demarcación que
proponen estos documentos a través de sus de-
niciones responde a eventos destructivos del
patrimonio de grandes dimensiones, como es
el caso de la Convención de La Haya para la
protección de los bienes culturales en caso de
conicto armado rmada por la Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 1954. Este
documento, que aloja la que posiblemente es
la primera noción con intención jurídica en el
ámbito internacional, dene a los bienes cul-
turales como:
(a) los bienes, muebles o inmuebles, que tengan una
gran importancia para el patrimonio cultural de los
pueblos, tales como los monumentos de arquitectu-
ra, de arte o de historia, religiosos o seculares, los
campos arqueológicos, los grupos de construccio-
nes que por su conjunto ofrezcan un gran interés
histórico o artístico, las obras de arte, manuscritos,
libros y otros objetos de interés histórico, artístico
o arqueológico, así como las colecciones cientícas
y las colecciones importantes de libros, de archivos
o de reproducciones de los bienes antes denidos;
(b) los edicios cuyo destino principal y efectivo sea
conservar o exponer los bienes culturales muebles
denidos en el apartado (a), tales como los museos,
las grandes bibliotecas, los depósitos de archivos,
así como los refugios destinados a proteger en caso
de conicto armado los bienes culturales muebles
denidos en el apartado (a);
Sobre los dos grandes grupos de denicio-
nes en materia de patrimonio cultural
Podemos encontrar dos grandes grupos de de-
nición sobre patrimonio cultural. El primero
tiene una orientación institucional, normativa y
legal; mientras que el segundo está más orien-
tado hacia la complejidad del patrimonio visto
como fenómeno social, susceptible de ser ana-
lizado (y gestionado) en la complejidad social
que le merece desde perspectivas de las ciencias
sociales y humanidades. En principio, es justo
mencionar que el planteamiento en lo general
no es una reexión innovadora. Autores como
la antropóloga Aída Castilleja la han referido
desde hace tiempo, ante la evidente gama de con-
secuencias que se generan debido a la principal
contradicción, que pone por un lado al patrimo-
nio cultural institucionalizado y por el otro a la
cultura punto de partida para la observación del
patrimonio como fenómeno social.
1
A pesar de que se trata de una reexión rei-
terada, sobre todo, cuando se analizan procesos
patrimoniales en un contexto como lo es México
(con una profundidad histórica y cultural, en
complemento con procesos de institucionali-
zación históricamente muy demarcables), al
seguirse repitiendo un patrón de consecuencias
en uno y otro ámbito, hemos de reconocer que
su puesta en la mesa sigue cobrando vigencia.
Dedicaré algunos párrafos para explicar, en
principio, algunos contrastes entre ambas.
En el primero existe una clara tendencia ha-
cia la delimitación lo más precisa, con una visión
evidentemente marcada hacia rasgos que permitan
identicar qué es y qué no es lo más rápidamente
posible. Este grupo de deniciones se utiliza bajo
un enfoque normativo. Para comprender el sentido
de este grupo, habremos de remitirnos a las cau-
sas que las promovieron, la mayoría de las veces
como consecuencia de la destrucción a gran escala,
intencional o no intencional, de patrimonios muy
especícos, aunado a la identicación de su valor
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(c) los centros que comprendan un número considera-
ble de bienes culturales denidos en los apartados (a)
y (b), que se denominarán “centros monumentales”.
3
Más o menos en el mismo sentido, la Conven-
ción para la Protección del Patrimonio Mundial,
Cultural y Natural, determina que el patrimonio
cultural es:
(a) Los monumentos: obras arquitectónicas, de es-
cultura o de pintura monumentales, elementos o
estructuras de carácter arqueológico, inscripciones,
cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor
universal excepcional desde el punto de vista de la
historia, del arte o de la ciencia;
(b) Los conjuntos: grupos de construcciones, ais-
ladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e in-
tegración en el paisaje les un valor universal
excepcional desde el punto de vista de la historia,
del arte o de la ciencia;
(c) Los lugares: obras del hombre u obras conjun-
tas del hombre y la naturaleza, así como las zonas,
incluidos los lugares arqueológicos que tengan un
valor universal excepcional desde el punto de vista
histórico, estético, etnológico o antropológico.
4
En ánimo de presentar un tercer y último ejem-
plo de este tipo de deniciones, tenemos ya en el
plano de una aplicación nacional la legislación
mexicana en materia de Zonas de Monumentos
Arqueológicos, Artísticos e Históricos, misma
que determina que: “Son monumentos arqueoló-
gicos los bienes muebles e inmuebles, producto
de culturas anteriores al establecimiento de la
hispánica en el territorio nacional, así como
los restos humanos, de la ora y de la fauna,
relacionados con esas culturas”.
5
Las propuestas en este grupo de denicio-
nes, para lograr su cometido, deben cumplir con
ciertas cualidades, entre las cuales están contar
con formas de identicar a dichos patrimonios
más o menos de manera rápida. En la práctica
el proceso suele darse con el apoyo de especia-
listas o personas acreditadas para señalar patri-
monios bajo categorías especícas, como es el
caso de los peritos de patrimonio arqueológico.
Ello implica, y por muy imposible que parezca
en la vida real (sobre todo, cuando reconocemos
desde una mirada crítica al patrimonio como
ente complejo y difícil de delimitar) que existan
rasgos que en su conjunto ayudan a argumentar
la pertinencia de alguno u otro bien bajo ciertas
categorías. Además, suelen existir estrategias de
medición para reconocer cuándo un patrimonio
se considera conservado, vulnerado o destruido,
o incluso con criterios que pueden ayudar a
medir grados de deterioro. Así, las propuestas
y sus instrumentaciones suelen ser procesos
muy razonados entre colectivos de especialistas.
El ejercicio de proponer deniciones como
las anteriores requiere de medios en los cuales se
insertan documentos complementarios. En ellos,
suelen instrumentarse procesos a través de seña-
lamientos más especícos que dan aún más posi-
bilidad de delimitar elementos y ordenamientos.
Por ello, no resulta extraño que se oscile entre la
necesidad de tener una perspectiva generalizante,
al tiempo que representativa de la mayor cantidad
de casos especícos. Una cuestión para recono-
cer es que, en su mayoría, los patrimonios que se
denen bajo esta perspectiva son señalados desde
el ámbito institucional, con cierta (o la mayoría
de las veces muy marcada) verticalidad. En ellas
suele darse énfasis en la protección y conservación
física de objetos o conjuntos de objetos.
Es en este punto, donde se desdobla el se-
gundo grupo de deniciones acerca de patrimo-
nio cultural, justamente porque no pasa mucho
tiempo antes de que comiencen a surgir críticas
sobre la eciencia de la conservación de los
patrimonios exclusivamente bajo los parámetros
que se vinculan con ese tipo de deniciones.
Con el n de hacer lo más evidente posible
la diferencia entre ambos voy a recurrir a una
herramienta que puede funcionar en el ámbito
analítico del patrimonio. A través de la respuesta
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a cuatro preguntas en relación con aspectos que
conciernen a patrimonios especícos, pode-
mos notar la presencia de ambos paradigmas: 1)
¿cómo se describe a ese patrimonio?; 2) ¿quién
dice que eso es patrimonio? (¿quién tiene el
poder de señalar a ese elemento particular como
patrimonio?); 3) ¿qué se puede y se “debe” ha-
cer con él o en relación con él?; y 4) ¿qué se dice
sobre él acerca de su importancia? (o qué tipo de
valores se le atribuyen). De manera simplicada,
nos estamos reriendo a lo que, de acuerdo con
un determinado grupo, es el patrimonio; a quién
dice qué es patrimonio; a lo que se asume como
conducta aceptable para con el patrimonio; y a
lo que se dice sobre el patrimonio.
Cuando nos encontramos ante un bien o
elemento patrimonial especíco, por ejemplo,
un monumento arqueológico tal y como ocurre
en el contexto mexicano, las respuestas estarán
muy apegadas a disposiciones institucionales;
en el primer inciso las reglas de descripción
las determinan especialistas avalados por una
institución; en el segundo, nuevamente son los
especialistas; en el tercero se reitera el papel
institucional; y en el cuarto son los especialistas
respaldados por las instituciones quienes elabo
-
ran las narrativas bajo perspectiva académica
en algo que, valga decir, ha sido criticado desde
una perspectiva opuesta como “Discurso de Patri-
monio Autorizado” (AHD por sus siglas en inglés
Authorised Heritage Discurse), denido como
“un discurso profesional que valida y dene lo
que es y lo que no es patrimonio, que enmarca
y limita las prácticas de patrimonio”,
6
porque se
reconoce un abuso del protagonismo académico
en la determinación del sentido del patrimonio.
Además, aunado a que en las últimas -
cadas el uso económico del patrimonio ha
generado un sinfín de consecuencias, no ne-
cesariamente benécas para la gente ni para
el patrimonio, otros pronunciamientos en el
mismo tenor han señalado a este tipo de patri-
monios como algo que está lejos de constituir
un benecio social. Lowentall, en 1998, se pro-
nunció con el concepto “antiheritage animus”
(animadversión al patrimonio),
7
reriéndose
al “corpus de oposición teórica al concepto de
patrimonio y sus usos en donde “[…] patrimo-
nio” es validado como egoísta y chauvinístico,
nostálgico y escapista, trivial y estéril, ignoran-
te y anacrónico. Lo complejo se simplica, lo
diverso se hace uniforme, lo exótico se vuel-
ve insípido”. Reconoce, posteriormente, seis
elementos básicos en los que el patrimonio es
visto como: “Chauvinísticamente destructivo,
elitista, incoherente, ecléctico, rebasado comer-
cialmente y ‘malo’, históricamente”.
8
En otros
contextos, hemos encontrado en este grupo de
críticas el señalamiento de que la demarcación
de estos patrimonios promueve actitudes de
poner límites en donde, en realidad, no los hay.
El segundo grupo de conceptos atiende a
algunas de las preocupaciones que se anticipan
en los párrafos precedentes. En éstos se dene
al patrimonio desde la actividad social en la que
encuentran sentido, desde el papel que dichos
elementos tienen en la vida de las personas que
comparten cultura en donde esa cultura le da
un lugar activo a ese bien. Por lo general, este
grupo de conceptos son propuestos desde la
antropología y otras disciplinas que observan,
analizan y reconocen el papel de los elementos
en un dinamismo social. Responden, en una
importante cantidad de casos, al reconocimiento
de valor en términos de identidad construida a
partir de la acción social colectiva, contexto
en el cual encuentran cabida conceptos como
tradición e identidad (con mayor énfasis en su
apreciación desde local).
Referiré a algunos ejemplos de patrimo-
nios, un poco a la inversa del planteamiento
sobre el primer grupo, para después dirigir la
atención hacia otros de los conceptos que se
podrían integrar en este segundo paradigma.
Al hablar sobre un elemento de patrimonio,
por decir, una esta patronal, automáticamente
quien recibe la atención no son las cualidades
físicas y mesurables de los objetos que se usan
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de manera aislada, sino las personas quienes la
practican, y el acto en toda su integridad con
observaciones sobre lo sutil, las actitudes, los
signicados y sucesos o interpretaciones más
implícitos que explícitos. Es de notar que los
objetos que se utilizan en dichas celebraciones
pueden ser parte de deniciones bajo el primer
grupo, como es el caso de las imágenes religio-
sas. Sin embargo, la esta en su integridad tiene
una connotación muy distinta a las partes que
le constituyen, o para ser más contundente, en
su práctica es donde simplemente encuentran
sentido sus objetos y elementos.
En este grupo de deniciones, es notorio
que la colectividad a la cual determinado bien
se merece, cobra relevancia. La génesis de estas
propuestas entonces, al encontrarnos en contex-
tos de por sí complejos, dinámicos y en muchas
ocasiones con contradicciones inherentes, no
puede de antemano hacer promesas en el cam-
po de la protección o conservación cientíca y
rigurosamente mesurable (o legalmente proce-
sable en caso de su destrucción o deterioro).
En concordancia, este tipo de deniciones pue-
den parecer muy vagas y ser percibidas como
no muy útiles en un sentido muy pragmático,
aunque ello es bastante discutible.
La realidad es que esta perspectiva tiene un
enorme papel en el señalamiento del valor sobre
de patrimonios con base en su papel social, más
que en los objetos o elementos, cuyo aprove
-
chamiento estratégico puede fungir como un
respaldo para la protección y conservación de la
práctica social rutinaria, cotidiana o periódica,
impregnada de saberes y costumbres, así como
de tradiciones, con lo cual constituye una vía
para ayudar a fortalecer identidades.
Desde una perspectiva antropológica en-
contramos ejemplos muy claros al respecto, en
propuestas como la de Bonl Batalla, quien, en
1994, considero, da en uno de los puntos clave
más importantes de todo este debate. En su escrito
dene al patrimonio cultural como:
Un acervo de elementos culturales, tangibles unos,
intangibles otros, que una sociedad determinada con-
sidera suyos y de los que echa mano para enfrentar
sus problemas (cualquier tipo de problemas, desde
las grandes crisis hasta los aparentemente nimios
de la vida cotidiana). El Patrimonio Cultural no
está restringido a materiales del pasado [...], sino
que abarca también costumbres, conocimientos,
sistemas de signicados, habilidades y formas de
expresión simbólica que corresponden a esferas
diferentes de la cultura [...]
9
Como se puede apreciar la gente, o las personas,
aparecen a lo largo de toda su denición. Entre
líneas son estas personas las protagonistas, y los
objetos, una suerte de enlace entre ellas. En la
primera parte de su denición, lo hace, al darle
pertinencia al patrimonio en el contexto de la
vida social, y en un segundo momento referir
a cuestiones completamente inseparables, ni
conceptual ni prácticamente, de las personas que
realizan prácticas vinculadas con estos patrimo-
nios. El concepto de Bonl Batalla, además,
no limita este aspecto al vínculo entre la gente
y la práctica de su uso y pervivencia, sino que
lleva al patrimonio a un lugar excepcional, y en
gran medida, vital. En su denición, Guillermo
Bonl reconoce que el patrimonio se encuentra
en categoría de un bien que puede utilizarse
para la solución de problemas. Con dicha ase-
veración lo sitúa como uno de los recursos con
que las sociedades cuentan en su haber tanto
en el ámbito cotidiano como en momentos de
grandes crisis, y los ejemplos que podemos
encontrar por doquier dan amplio sustento a
la misma. Es, desde esta forma de entenderlo,
un recurso que está allí, y que puede ser clave
para solucionar problemas en el presente o en
el futuro, participando de la solución de algunos
que aún no existen, por lo cual merece la pena
conservarlo y protegerlo.
Sin embargo, no es el recurso en sí lo que
salva circunstancias, sino las complejas redes
e interacciones entre personas quienes lo prac-
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tican. En realidad, este tipo de patrimonios en-
lazan dos fenómenos, el de la identidad con
el de la solidaridad humanas. Lo dicho ocurre
justamente porque los patrimonios se entien-
den como elementos conectados con grupos de
personas especícos, a través de narrativas y
experiencias que promueven la cohesión entre
la gente con la gente, y entre la gente con el pa-
trimonio. De manera no tan sutil, el patrimonio
ayuda a aanzar los vínculos entre personas
mediante la práctica en la cual se maniesta
o se expresa, y con apoyo en las narrativas y
valores que emanan dichas prácticas. Cuando se
trata de patrimonios con fuertes manifestaciones
de actividad social colectiva, en las cuales los
elementos patrimoniales tienen fuerte protago-
nismo, nos encontramos ante un fenómeno en
el cual el patrimonio se desdobla siendo perci-
bido como un recurso útil en el bienestar social
y como un recurso del que dicha colectividad
guarda “bajo la manga” y puede aprovechar
en caso de que se presente algún problema que
vulnere la unión y la fortaleza de ese grupo.
Lo anterior nos permite alertar sobre la
enorme relevancia que tiene el patrimonio cul-
tural en las sociedades. Aquí, el tipo de apre-
ciaciones o deniciones acerca del patrimonio
desde la perspectiva social nos remite al papel
que tiene el patrimonio en el aanzamiento de
lazos entre personas. Es en este sentido que
podemos armar: si existe un n último del
patrimonio cultural, sin duda es que tiene la
capacidad de unir personas, o de hacer explícita
la unión entre personas, brindando elementos
que ayudan a que ésta se sepan miembros de
grupos identitarios especícos. Con ello, es po-
sible que las personas reconozcan, de manera
más o menos consciente, dependiendo de qué
tan fuerte sea el vínculo de las personas con el
patrimonio (y con las prácticas que realizan en
relación con éste), con quiénes están cercanos,
y, por tanto, con quiénes pueden contar en caso
de saberse en problemas.
No todo es blanco o negro
En las páginas anteriores se ha subrayado la
existencia de dos enfoques para entender el pa-
trimonio: uno que tiende a realizarse desde lo
institucional y el segundo desde la experiencia
colectiva. En un lenguaje propio de la antro-
pología, podríamos recuperar que, en cierto
sentido, el primero delimita a los bienes desde
una perspectiva de tipo etic, mientras que el
segundo lo entiende desde un enfoque emic.
Una forma de encontrar referentes de am-
bas perspectivas es a través de la observación
de patrimonios especícos, tratando de dilu-
cidar cómo se está entendiendo y viviendo en
la cotidianeidad. Realizar preguntas de tipo,
¿cómo se está deniendo este elemento o bien
patrimonial?, ¿quién lo identica como apoyo
en sus estrategias de solución de circunstancias
cotidianas y especiales?, y ¿con qué nes es
aprovechado? (o dicho en corto: ¿qué es, de
quién es y para qué sirve?), nos puede brindar
respuestas que dejen ver con qué tipo de de-
nición está más vinculado.
Resulta interesante, no obstante, identicar
patrimonios que a primeras luces tienen implí-
citos y en ocasiones explícitos rasgos de am-
bos polos, circunstancia que ocurre tras largos
procesos que suelen involucrar de manera muy
exitosa la propuesta institucional de reconocer
a algo como patrimonio y la aceptación social
de integrar no sólo a los patrimonios entre sus
haberes de manera consciente, sino a prácticas
sociales que se convierten en rutinarias o pe-
riódicas, y que refuerzan el sentido de su valor.
En gran medida esto ocurre cuando se señalan
y se reconocen no solamente como objetos ais-
lados, sino que se arropan bajo estrategias que
los entretejen en prácticas y que pueden llegar
a convertirse o tomar sentido de una tradición,
misma que distinguimos de la costumbre si reto-
mamos la propuesta de Eric Hobsbawm. En un
texto ya clásico, este autor propone que hay una
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diferencia entre costumbre y tradición, y que
dentro de las tradiciones hay unas “inventadas”:
[…] un grupo de prácticas, normalmente goberna-
das por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de
naturaleza simbólica y ritual, que buscan inculcar
determinados valores o normas de comportamiento
por medio de su repetición, lo cual implica auto-
máticamente continuidad con el pasado. De hecho,
cuando es posible, normalmente intentan conectarse
con un pasado histórico que les sea adecuado.
10
En estos procesos suelen conectarse prácticas
sociales con una suerte de enclaves o referentes
tangibles que representan discursos, narrativas,
ideas y valores que se proponen como compar-
tidos. Tales referentes especícos, regularmente
identicados como patrimonio, que aanzan
discursos y rutinas sociales anes a los objetivos
que persigue este tipo de proyectos que tienen
un halo político y de cohesión social.
Existen tres tipos de tradiciones inventadas
conforme a la propuesta del autor: a) las que
establecen o simbolizan cohesión social o perte-
nencia al grupo; b) las que instituyen o legitiman
instituciones, estatus o relaciones de autoridad,
o c) las que tienen como principal objetivo la
socialización, el inculcar creencias, sistemas
de valores o convenciones relacionadas con
el comportamiento.
11
En cualquiera de ellas, es
posible identicar intenciones deliberadamente
propuestas, y a su vez, consecuencias debido a la
elección de referentes o protagonistas tangibles
o intangibles, que se convierten en patrimonios
conectados con la tradición y, por ende, que
fortalecen la identidad de quienes la practican.
Cuando las propuestas de elección de re-
ferentes (patrimonio cultural mayoritariamente
tangible) logra ponerse al centro, a manera de
representante o componente protagónico de una
práctica social concreta (que pueden convertirse
en parte de una tradición); y cuando dicho refe-
rente y prácticas vinculadas se logran adaptar a
los valores, costumbres y otras tradiciones de
manera armónica, la sociedad o la colectividad
le da sentido por sí misma, participando inclu-
so, cuando es necesario, en su propia defensa.
Desde el punto de vista de la reexión sobre el
patrimonio cultural, inferimos que esta “magia”,
la de la interiorización y adopción sistémica del
patrimonio, ocurre en el momento en el que las
personas dejan de ser solamente depositarias o
poseedoras pasivas o en el papel por algún tipo
de propuesta o instrucción desde un órgano de
decisión sobre el patrimonio, sino que aunado a
ello se convierten en practicantes de rutinas cu-
yos componentes son estos elementos patrimo-
niales, arropadas con valores y fortalecidas con
discursos que convierten a ese patrimonio en
algo colectivamente importante y signicativo.
Los procesos sociales que convergen en
estas circunstancias no tardan demasiado en
conectarse con el fenómeno de gestación, man-
tenimiento o fortalecimiento de la identidad. La
práctica social colectiva y reiterativa en gran
medida suele evocar sentido y sentimientos de
pertenencia con el grupo con quien se realiza.
No está de más volver a colocar sobre la mesa
esta gran palabra, en el contexto de la forma
en que se gestan elementos particulares que se
convierten en patrimonio cultural.
La identidad, según Gilberto Giménez, tie-
ne como función principal “marcar fronteras en-
tre nosotros y lo otros”
12
[…] “las identidades se
construyen a partir de la apropiación, por parte de
los actores sociales, de determinados repertorios
culturales considerados simultáneamente como
diferenciadores (hacia afuera) y denidores de
la propia unidad y especicidad (hacia adentro).
Es decir, la identidad no es más que la cultura
interiorizada por los sujetos, considerada bajo el
ángulo de su función diferenciadora y contrastiva
en relación con otros sujetos”.
13
Así, cuando una propuesta “vertical” que
señala a algo como patrimonio se propone (o
se impone), y el lugar en donde se deposita en
un ambiente propicio para su adopción (como
cuando se pone una semilla en una tierra fértil
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y con condiciones de humedad óptimas), exis-
ten grandes posibilidades de que al paso del
tiempo enraíce y se convierta en un elemento
que deje impronta en la identidad de las co-
lectividades. La pregunta que se nos presenta
resulta interesante: ¿cómo denimos, entonces,
un patrimonio dado si lo que encontramos es
práctica social arraigada al tiempo que ha sido
propuesto y promovido desde la praxis institu-
cional o gubernamental?
La posible respuesta invita a desdoblar al-
gunos componentes. El primero es el de recono-
cer la diferencia entre el origen de la propuesta
(o imposición) sobre adopción de patrimonio
y prácticas vinculadas, y el statu quo al mo-
mento de analizar la cuestión. Merece la pena
presentar un ejemplo: la asignación de fecha,
15 de septiembre de todos los años, para cele-
brar el inicio de la Independencia de México
acompañada de un desle a realizarse el día
16 con un protocolo establecido en todas las
ciudades y pueblos de nuestro país, realizada
por el expresidente Porrio Díaz .
14
Tal evento
se realiza con elementos de ritual hasta hoy en
día: la gente de la población hace un desle que
encabezan personas con autoridad política en
el ámbito local, seguidos por distintos grupos
(escolares, charrería y ejército están casi siem-
pre presentes). El desle inicia a una distancia
determinada, suciente para que quienes mar-
chan realicen un trayecto suciente largo como
para que la población local pueda verlos pasar.
El punto cumbre se da cuando quienes deslan
llegan a un lugar cerca del palco presidencial, el
edicio que representa la cabecera municipal,
estatal o incluso nacional de donde suele saludar
la máxima autoridad en turno. Allí saludan a la
autoridad y siguen su paso hasta el lugar donde
se determina el n del desle. En los costados
suele estar la gente, habitantes de la localidad,
viendo a las personas deslar, aplaudiéndoles,
saludando a conocidos y culminando, una vez
que pasan los últimos, que suelen ser charros en
múltiples ocasiones, con un paseo festivo en ese
lugar acompañado de vendimias (imágenes 1 y 2).
Durante la primera mitad del siglo XX, y
con testimonios directos de quienes vivieron
estos eventos en Morelia más o menos entre
los años 1950 y hasta los años 1980, los des-
les se convirtieron en eventos importantes en
muchos sentidos. Derivado de un estudio rea-
lizado con motivo de los “25 años de Morelia
como Patrimonio Mundial”, quien esto escribe
entrevistó a varios morelianos y morelianas trat
ando de conocer su percepción, ya a la distancia,
acerca de cómo era la vida en aquel período de
tiempo.
15
Los desles, en particular el del 16 y
30 de septiembre (este último conmemorando
el natalicio de José María Morelos y Pavón),
resultaron ser espacios para el encuentro social
y ameno, pero también para la manifestación
explícita de jerarquía social dada la diferencia
entre formas de vestir y de actuar, al tiempo que
consolidaba pertinencia a grupos sociales espe-
cícos y en lo general cumplía con una función
que al tiempo que unía con una celebración,
distinguía entre unos y otros.
116
María Antonieta Jiménez Izarraraz
Dicere • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi4.59
Desles patrios en Morelia, Michoacán,
desarrollados a lo largo del siglo XX. Cortesía:
María Elena Caballero Díaz.
Con el tiempo, el desle se convirtió en un ritual
con todo lo que ello implica, en el cual tenía
cabida a participar la población desde distintas
posiciones. Incluso, ya más adelante y con la
popularización de la televisión, en los años 1980
resultó una rutina en las casas de los ciudadanos
sintonizar el canal local para ver pasar a amigos
y conocidos en pantalla durante el evento, por
supuesto, cuando la ciudad aún era rebasada por
la sobrepoblación y en la cual los habitantes de
la ciudad más que menos, se conocían entre sí.
Los desles, en este sentido, cumplieron
con un protocolo ritualizado en el plano políti-
co, arropado por símbolos nacionales siempre
presentes (patrimonio nacional), materializado
en banderas, indumentarias y sonidos particula-
res. Lo dicho era algo socialmente apropiado y
que tenía como origen la instrumentación de
un mandato. En los hechos, estos eventos se
constituyeron en parte de la identidad de los
habitantes de Morelia durante muchos años,
debido a que promovieron la participación de
un gran porcentaje de sus pobladores por va-
rias décadas. Todavía en los años 1950, una
persona entrevistada rerió que este desle era
un momento de paseo familiar y en el cual su
padre le tomaba fotografías al desle y a ella
como niña.
16
La asociación del desle para ella
y para otros morelianos y morelianas era una
en donde el principal sentido se vertió hacia la
importancia en el plano familiar y social inme-
diato. Esta manifestación de patrimonio corres-
pondió a algo reconocido como “socialmente
signicativo”, algo no solamente asignado,
fríamente presente y racional, sino totalmente
íntimo y personal que logró manifestar las rela-
ciones, integrando los sentimientos colectivos
con los de los individuos que lo practicaron.
Merece la pena recordar que cuando sucede, el
patrimonio puede representar o manifestar un
cierto sentido de estabilidad social, y con ello,
aportar un poco al sentimiento de tranquilidad.
En tiempos de estabilidad, la realidad es que
estos aspectos no se hacen notar. Pero cuando
ocurren disrupciones o pérdidas en su práctica,
las personas vinculadas con esos patrimonios
pueden reconocerlos como entes integrantes de
su comunidad.
Siguiendo este ejemplo, aconteció que el 15
de septiembre de 2008, y justo después de que
el gobernador del estado de Michoacán diera su
discurso y tradicionales gritos a la patria cerca
de las 11 de la noche, con la tradicional multitud
que se solía congregar año con año, algunas
granadas explotaron en un evento terrorista re-
lacionado con el narcotráco. Ocho personas
fallecieron y más de cien fueron heridas, varias
de gravedad.
17
Allí, la conmoción de los habitantes de la
ciudad fue diversa: se generó miedo y ansiedad
por las acciones terroristas, tristeza y frustración
por las muertes acaecidas, y un sentimiento de
atentado en el contexto de tratarse de un evento
con añeja identidad moreliana. Muy abundantes
fueron las reexiones de tipo “esto nunca pasó
en tiempos de antes”. Una de las personas entre-
vistadas manifestó un sentimiento de nostalgia
por la práctica antigua de los desles vinculados
con el “grito de Independencia”, aludiendo a
una tristeza por la muerte de un momento pre-
vio y posterior a las granadas y que marcaba el
momento en que los desles y los días en que
dicho grito nunca podrían volver a ser iguales.
117
Reexiones sobre los enfoques en la denición de patrimonio cultural
Dicere • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi4.59
En su diálogo, comentó que ese evento ha-
bía marcado un antes y un después en Morelia,
porque los desles le habían acompañado toda
la vida y que a partir de ese día su familia había
decidido no volver a asistir a eventos multitudi-
narios en la ciudad, comenzando por los desles
y también con los eventos de la feria.
18
En los
hechos, el desle del 30 de septiembre siguiente
fue cancelado y los años inmediatamente poste-
riores fueron realizados con severos protocolos
de control, en donde sólo desló el ejército y la
policía, transformando de manera importante el
sentido y el sentir de dicho patrimonio para los
habitantes de la localidad.
19
El juego entre la propuesta (asignación o
incluso imposición) de una rutina cultural y su
adopción hasta convertirse en tradición, pro-
mueven la idea de que el patrimonio no puede
denirse drásticamente bajo una perspectiva
normativa absolutamente desvinculado de una
con base social. Sin embargo, merece la pena
subrayar que casos como el que se acaba de
mencionar reeren a patrimonios que han logra-
do adaptarse y generar signicados propios por
parte de sus practicantes, que pueden, o no, ser
correspondientes con el signicado propuesto
por la autoridad.
Si bien en el ejemplo anterior el mensaje
estuvo dirigido hacia la conmemoración de fe-
chas y héroes de la Independencia, la sociedad
resignicó conforme a sus propias rutinas, valo-
res y posibilidades, el evento. De esta forma, los
desles, lejos de ser una posibilidad exclusiva
de conmemorar a los héroes de la patria, se
resignicaron socialmente para convertirse en
eventos para la celebración predominantemente
familiar y social.
El acto en su integridad, por tanto, a pri-
meras luces habría parecido como un ritual a
los héroes de la Independencia, cumpliendo
con ello con el cometido nacional en donde el
ritual político nunca estuvo ausente. Es decir,
desde el ámbito federal hasta el municipal, las
autoridades cerca de 2 500 municipios y varios
miles de localidades menores a lo largo y ancho
del país proclaman en el ritual una secuencia
de declaraciones en voz muy alta: “¡Mexica-
nos! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria!
¡Viva Hidalgo! (responde la audiencia: ¡vivan!)
¡Viva Morelos! (¡viva!) ¡Viva Josefa Ortiz de
Domínguez! (¡viva!) ¡Viva Allende! (¡viva!)
¡Viva Aldama! (¡viva!) ¡Viva la independencia
Nacional! (¡viva!) ¡Viva México! (¡viva!), ¡Viva
México! (¡viva!), ¡Viva México! (¡viva!)”.
20
Un tercer desle con características similares se desa-
rrolla el 20 de noviembre con motivo de la conmemo-
ración del inicio de la Revolución Mexicana. Entre los
participantes de la edición de 1963 se encuentra José
Antonio Jiménez Moreno, a quien va dedicado este tra-
bajo de manera especial. Archivo personal de la autora.
Sin embargo, el sentido del evento es mucho
mayor que el espíritu patriótico, dado que se
nutre de la relevancia que en el ámbito indivi-
dual, familiar y social-local. En su desarrollo,
este evento desprendió durante décadas una serie
de rutinas bien establecidas en las dinámicas a
escala pequeña, que incluían la práctica de nor-
mas familiares y rutinas sociales que permitieron
el aanzamiento de vínculos y la reproducción
social en todos los sentidos. Con ello, encontra-
mos en el elemento patrimonial “desle”, dos
grandes componentes en los dos sentidos que se
mencionaron desde un inicio en este texto: por
una parte, el señalamiento de algo como patri-
monio. A decir, una fecha con personajes (héroes
118
María Antonieta Jiménez Izarraraz
Dicere • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi4.59
de bronce), una serie de rutinas y elementos pa-
trimoniales tangibles vinculados, logrando su
gran cometido que fue fortalecer la identidad en
el plano ambiciosamente más grande, que es el
nacional. Por otra, en el ámbito cultural, como
parte de la respuesta social, esta práctica al ser
adoptada logra la signicación desde la práctica
social, transformando la instrucción vertical en
una práctica socialmente signicativa, y, por su-
puesto, logrando también fortalecer la identidad,
aunque en el ámbito local.
Ahora bien, quisiera presentar algunos -
rrafos en referencia a los patrimonios que en su
denición y en su praxis se conectan en el senti-
do opuesto, para lo cual habremos de recuperar
otro concepto de cultura. Desde una perspectiva
antropológica, Marvin Harris la dene como “el
conjunto aprendido de tradiciones y estilos de
vida, socialmente adquiridos, de los miembros
de una sociedad, incluyendo sus modos pautados
y repetitivos de pensar, sentir y actuar (es decir,
su conducta) [...]
21
Es en esta base y actuar social
donde ocurren saberes que se transmiten gene-
ración tras generación, y que generan cultura
material con rasgos especícos que hacen que la
cultura pueda ser vista también como “operadora
de diferenciación, entendida como el conjunto
de los rasgos compartidos dentro de un grupo y
presumiblemente no compartidos (o no entera-
mente compartidos) fuera del mismo”.
22
Desde esta perspectiva, la generación o pro-
ducción de cultura material puede ser algo que
ocurre de manera sistémica u orgánica en el mar-
co de las rutinas y cosmovisiones de una sociedad
concreta. Esteban Arias recupera, por ejemplo
y para el caso de Tzintzuntzan, Michoacán, la
interrelación entre la producción alfarera y el
entorno social, en donde religión, costumbres y
tradiciones se entretejen brindando a los objetos
arropando a los objetos de profundidad histórica
y, por ende, un arraigo identitario que vincula a
la alfarería con la sociedad.
23
En procesos históricos como los propios
de México, algunos de estos objetos son seña-
lados como patrimonio con cualidades espe-
ciales, diferenciándolos y sacándolos de una
demarcación de bienes utilitarios conectados
con una profundidad histórica al distinguirlos
bajo la palabra “artesanía”. Iniciativas como
la constitución por el Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes, en 1974,
24
y del propio
Consejo Nacional del Fondo Nacional para las
Artes, fundado en 1988, han gestado diversas
(y no pocas veces polémicas) iniciativas para
promover la producción de artesanías con nes
comerciales. Los objetos, bajo este enfoque,
aunque aparentemente no es la intención, en
los hechos son constantemente descontextua-
lizados convirtiéndose en elementos cuyo prin-
cipal valor suele ser el estético. Ello, porque las
artesanías históricamente han sido percibidas
desde el discurso del arte. En una denición –no
institucional, sino académica–, encontramos a
la artesanía denida como “la actividad pro-
ductiva de objetos hechos a mano con la ayuda
de instrumentos simples. Estos objetos pueden
ser utilitarios o decorativos, tradicionales o de
reciente invención. La artesanía popular es la
tradicional, vinculada con necesidades, festivi-
dades, gustos populares o rituales”.
25
El Fondo Nacional de las Artes (FONART)
en un manual para diferenciar la artesanía de la
manualidad, propone en una denición construi-
da desde antropólogos y arquitectos, coordina-
dos por la antropóloga Marta Turok a la artesa-
nía como: “un objeto o producto de identidad
cultural comunitaria, hecho por procesos ma-
nuales continuos, auxiliados por implementos
rudimentarios y algunos de función mecánica
que aligeran ciertas tareas. La materia prima
básica transformada generalmente es obtenida
en la región donde habita el artesano […] puede
destinarse para el uso doméstico, ceremonial,
ornato, vestuario o bien, como implemento de
trabajo. En la actualidad, la producción de ar-
tesanía se encamina cada vez hacia la comer-
cialización”.
26
En ambos casos, vemos presente
el criterio estético (en la primera integrando
119
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como n de la artesanía el decorativo, y en el
segundo el ornato), propuestas que en lo general
se suman a otras realizadas por especialistas
a este respecto. Asimismo, se le reconoce su
carácter utilitario incluso en otros contextos,
como es el caso de los metates o vestimentas,
que con cierta frecuencia (aunque no las más de
las veces), suelen ser adquiridos para este n.
Por lo general, sea cual sea el destino del
objeto comercializado, si bien se reconoce en su
origen como producto de una colectividad en un
contexto histórico y social, se aísla, se cosica,
se demarca casi nítidamente, al momento de ser
identicado como artesanía.
Como podemos apreciar, la línea que separa
tipos de patrimonios señalados o denidos bajo
una u otra perspectiva en ocasiones es clara. Por
un lado, como puede ser el caso del patrimonio
arqueológico mexicano, que desprende bastante
claridad acerca de qué es, cuál es el discurso
autorizado sobre su valor, quién lo señala y
quién dispone de las reglas para su aprovecha-
miento, manejo y uso. Por el otro, como lo son
los patrimonios gestados desde las dinámicas
culturales adoptadas por las colectividades con
trasfondo histórico.
Es en los extremos en donde identicamos
algunas consecuencias de cada enfoque, sobre
todo, con respecto a algo que habremos de re-
conocer como patrimonio socialmente signi-
cativo. En éste encontramos un patrimonio
vivo, que promueve y hace efectiva la práctica
social colectiva con el grupo con quienes lo
comparte, y casi siempre integra la participación
de personas que ocupan lugares distintos dentro
de la misma sociedad incluyendo diferentes
generaciones. El patrimonio socialmente sig-
nicativo es fuerte (o es menos vulnerable a su
desaparición), justamente porque lo sostiene es
la práctica social gestor de poderosas memorias
colectivas que pueden ser incluso asociadas en
el imaginario colectivo con un sentimiento de
estabilidad social.
Cuando se presenta una disposición de
identicar y proteger a algo como patrimonio
desde un ámbito institucional de grandes di-
mensiones, como el federal, o incluso el es-
tatal o municipal, podemos analizar si dicha
propuesta está completa, a decir, si promueve
efectivamente esta participación social. El caso
del patrimonio arqueológico es interesante, a
la vez que icónico. Por una parte, promueve la
acción, la participación social, pero en un ám-
bito muy ceñido y bajo un tipo de valor cultural
muy especíco, que es el educativo. Por otra, las
personas participan de ese patrimonio asistiendo
a museos y sitios arqueológicos bajo un velo
sutil de gran nacionalismo y orgullo mexicanos.
Desde esa perspectiva de valor, varios sitios
y monumentos arqueológicos están “completos”
en el sentido de que interactúan de manera e-
ciente la propuesta o misión institucional: “la
protección, conservación y difusión del patri-
monio arqueológico, antropológico, histórico y
paleontológico de la nación con el n de forta-
lecer la identidad y memoria de la sociedad que
lo detenta”,
27
misma que está fundamentada en
su Ley Orgánica.
28
Sin embargo, la perspectiva
de valor dirigida hacia el fortalecimiento de la
identidad nacional da cuenta de que la propuesta
está muy alejada de esta supuesta completud.
Diversos ejemplos demuestran que la vastedad
y diversidad de patrimonio arqueológico, así
como la complejidad de contextos territoriales
en los cuales yace, no permiten ni por asomo
considerar que los patrimonios arqueológicos
distribuidos a lo largo y ancho del país se en-
cuentran en el escenario de patrimonios so-
cialmente signicativos, en principio, porque
no todos (más bien los menos), son “dignos”
representantes de ese orgullo nacional. Apare-
cen las más de las veces como discretos sitios
arqueológicos en formas y tamaños menos “es-
pectaculares” que los más reconocidos. En el
otro sentido, no podemos dejar de referir a las
polémicas sociales que existen en territorios
indígenas en donde yacen sitios arqueológicos,
120
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circunstancia que deja ver que esa nación fuerte
y de la cual el patrimonio arqueológico es mues-
tra, deja mucho que decir sobre las realidades
en cientos o miles de localidades a lo largo y
ancho del país.
En sintonía con lo dicho, más que encon-
trarnos ante un escenario de conservación del
patrimonio arqueológico ideal, a pesar de la
gran cobertura de su legislación sobre “todos
los restos arqueológicos del país”, cientos de
elementos de este patrimonio arqueológico na-
cional son destruidos parcial o totalmente año
con año debido a la ausencia de relevancia por
su conservación en los ámbitos locales. La di-
cultad de gestionar patrimonios claramente
diversos bajo normativas tan abarcativas hace
de los esfuerzos por su conservación una tarea
en las más de las ocasiones titánica.
Perlando puntos de llegada
Quisiera recuperar el elemento patrimonial
“desle” para delinear una posible causa de
esta circunstancia. Para su gestación hizo falta
la construcción de un discurso nacionalista, an-
clado con apoyo en guras especícas, héroes
de bronce, incorporadas en el ritual establecido
a lo largo y ancho del país. La historia que ese
evento cuenta, bien o mal, es reproducida en el
ámbito educativo año con año. La realidad es
que en los hechos las y los mexicanos tienen
un cierto grado de obligatoriedad por conocer y
reproducir esa historia, y, a decir verdad, no es
novedad reconocer que en los hechos son muy
pocas las personas que pueden reproducir el
relato, sin que ello afecte el evento. En realidad,
el verdadero éxito de esa tradición patrimo-
nial no está en el apego al discurso histórico
ocial (que, por cierto, carece de riqueza y de
promoción al pensamiento crítico), sino en la
experiencia vivida en los entornos sociales de
las personas que lo realizan en cada uno de los
casi 2 500 municipios que hay en la República
mexicana. En corto, la participación en el ritual
como parte de las dinámicas de sociales ha sido
y es la clave del éxito en la conservación de
esta tradición.
Para el caso del patrimonio arqueológico
el escenario es muy distinto. La conservación
de todo el patrimonio arqueológico no es algo
que se tenga como algo muy necesario (siendo
realistas, es más bien imposible). De hecho, a
menos que las personas habiten en las inme-
diaciones de sitios arqueológicos, casi tampoco
es algo que se tenga muy presente salvo en lo
que reere a aquellos que han sido objeto de
históricas y grandes promociones para nes de
investigación y de turismo. El discurso ocial
no ayuda: se enaltece un pasado glorioso que,
al igual que en el caso anterior, se soporta en
el discurso con algunos cuantos lugares y pa-
trimonios ejemplares, dejando de lado miles
de sitios que, por falta de atributos estéticos
o magnicentes, quedan opacados ante la so-
ciedad, ignorados y en una gran circunstancia
de vulnerabilidad. Pero lo más interesante, en
términos de comprensión del fenómeno que
ocurre, es que, al patrimonio arqueológico, por
extraño que parezca, le hace falta participación
social. Ello ocurre debido a que, desde la con-
formación del Instituto Nacional de Antropolo-
gía e Historia (INAH), la sociedad ha fungido
como receptora pasiva en la construcción del
sentido del patrimonio. Actualmente puede re-
conocerse como algo que ha sido enajenado
por cuestiones históricas,
29
y, aparentemente,
vuelto a entregar, pero con una forma a veces
irreconocible incluso para las personas que lo
tienen como cotidiano en sus localidades.
Para el caso este tipo de patrimonio, (afor-
tunadamente) no existe un ritual propuesto por
la nación como el que se desarrolla año tras año
en los diferentes eventos que honran la memoria
de los héroes de la patria. Lo que sí es de seña-
larse es que tampoco existe una propuesta de
práctica social “desde abajo”, en donde desde la
diversidad las personas se integren en prácticas
socialmente integradoras, que abonen a sus iden-
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Reexiones sobre los enfoques en la denición de patrimonio cultural
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tidades como grupos, y que no entren en conicto
con el valor asignado desde la autoridad.
Lo dicho no sugiere que la institución no
promueve la participación social. De hecho,
el Reglamento de la Ley Federal sobre Mo-
numentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos
e Históricos, se proclama en las disposiciones
generales que la sociedad civil organizada puede
participar en materia de patrimonio arqueoló-
gico ayudando a las autoridades federales en el
cuidado y preservación del mismo, efectuando
labores educativas a la comunidad sobre la im-
portancia de la conservación y acrecentamiento
del patrimonio cultural de la nación, entre otras
cuestiones que incluyen actividades siempre au-
torizadas por el Instituto competente.
30
Más bien,
que, en la denición y el manejo dictado desde la
legislación federal, la sociedad no tiene un papel
activo en el proceso de valoración, denición y
dinamismo en la construcción local de identidades.
El análisis sobre la forma que es valorado,
apreciado y “manejado” un patrimonio, o desde
la perspectiva en que está construido su papel
social, resultan interesantes porque dan cuenta
de la diversidad intrínseca de perspectivas que
en la diversidad social se tienen sobre los bienes
patrimoniales. La propuesta desarrollada hasta
aquí dirige la mirada un poco en retrospectiva
sobre bienes o conjuntos de bienes.
Antes de cerrar este texto, no obstante, qui-
siera aprovechar para provocar una suerte de mi-
rada a futuro. Si bien el patrimonio cultural en
el plano analítico puede desdoblarse entre una
y otra perspectiva, encuentra en los extremos
consecuencia: un patrimonio marcadamente
institucionalizado puede carecer de relevancia
social si no se entreteje con una estrategia en
el orden de la práctica social; y un patrimonio
tradicional y vivido puede carecer de soporte
para su pervivencia si no se entreteje o no es
parte de la prioridad nacional (para el caso de
los patrimonios nacionales). Entre los extremos,
sin embargo, encontramos puntos intermedios
hacia uno, otro lado, o a veces incluso con cierto
grado de equilibrio. La utilidad de reconocer
hacia dónde se carga la tendencia nos ayudan
a buscar formas de nutrir el extremo más débil,
con lo cual las investigaciones sobre patrimonio
cultural dirigidas hacia estos puntos pueden
llegar a brindar pistas para la acción positiva
hacia su conservación.
Por supuesto, es importante reconocer que
las motivaciones de ambos polos son distin-
tas (por lo general, de hecho, así sucede). En
un extremo la motivación puede llegar a ser la
veneración de héroes nacionales y con ello el
fortalecimiento de identidades que unen a mu-
chísima gente; y en el otro la práctica familiar
recreativa, como lo fue el caso de los desles
referido páginas atrás. A pesar de ello, si los dis-
cursos y valores asociados con cada extremo no
son, necesariamente, antagónicos o conictivos,
ambas percepciones y valoraciones conducen
a acciones que promuevan su conservación.
Desde un enfoque prospectivo, este tipo
de orientaciones puede ser sustentados con un
tercer tipo de deniciones, que involucran va-
loraciones académicas y sociales (en su com-
plejidad). La Carta de Burra para Sitios de Sig-
nicación Patrimonial (1999 con posteriores
revisiones), es un ejemplo de ello. En su texto
no se alude a las palabras “patrimonio cultural”,
aunque en su desarrollo, si lo vemos desde la
perspectiva del concepto de Bonl Batalla, re-
ere ampliamente a éste. En su lugar, recurre
al concepto “sitios de signicación cultural”.
De acuerdo con este documento, un sitio es
un “lugar, área, terreno, paisaje, edicio u otra
obra, grupo de edicios u otras casas, y puede
incluir componentes, contenidos, espacios y
visuales”; y el componente “con signicación
cultural” reere al valor estético, histórico, cien-
tíco, social o espiritual para las generaciones
pasada, presente y futura […] La signicación
cultural se corporiza en el sitio propiamente
dicho, en su fábrica, entorno, uso, asociacio-
nes, signicados, registros, sitios relacionados
y objetos relacionados”.
31
En su denición, los
122
María Antonieta Jiménez Izarraraz
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patrimonios reconocidos bajo este esquema tie-
nen cabida en el amplio rango que se exponen
en los extremos de tipos de denición, aunque
para acceder allí se necesita de algo que no
siempre es factible desde el ámbito institucio-
nal: los lugares patrimoniales con signicación
patrimonial requieren de la realización de pro-
yectos de investigación y manejo en los lugares
donde se busca identicar y proponer aquello
que se reconoce como signicación patrimonial.
En la mayoría de los casos, no obstante, al ser
cuantitativamente vastísimos, suele no haber
presupuesto que soporte acciones tan a profun-
didad en todos los casos. A pesar de, contar con
instrumentos para la práctica de conservación
legal y social, en una intención colaborativa y de
fortalecimiento puede ser una vía para aumentar
las posibilidades de pervivencia de patrimonios
y prácticas socialmente consideradas como ejes
de las identidades locales.
Por último, y a manera de resumir el objetivo
inicial, se considera en este escrito que el análisis
sobre el énfasis que prevalece en la denición y
origen de los patrimonios, así como la relación
que guarda en los sentidos que interconectan la
perspectiva institucional y la social es un punto
de partida para identicar las fortalezas y po-
sibilidades de pervivir, al tiempo que ayuda a
reconocer los puntos que pueden estar poniendo
en cierta vulnerabilidad su conservación.
Citas
1
Confróntese: Castilleja, “La cultura como potencial
del desarrollo de Michoacán. Notas para la discusión”,
pp. 302-305.
2
Organización Internacional del Trabajo, “Convenios
y Recomendaciones”, https://www.ilo.org/global/stan-
dards/introduction-to-international-labour-standards/
conventions-and-recommendations/lang--es/index.htm
3
UNESCO, “Convención de La Haya para la protección de
los bienes culturales en caso de conicto armado”, https://
es.unesco.org/about-us/legal-aairs/convencion-protec-
cion-bienes-culturales-caso-conicto-armado-y-reglamento
4
UNESCO, “Convención para la protección del patri-
monio mundial, cultural y natural”, art. 1, https://whc.
unesco.org/archive/convention-es.pdf
5
Cámara de Diputados, “Ley Federal de Zonas de
Monumentos Arqueológicos, Artísticos e Históricos”,
Cap. 28, en: https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/
pdf/131_160218.pdf
6
Waterton y Smith, “The recognition and misrecognition
of community heritage”, p. 12.
7
Watson, “Theorising heritage tourism: A review”, p. 450.
8
Watson, “Theorising heritage tourism: A review”, p. 451.
9
Bonl Batalla, “Nuestro patrimonio cultural: un labe-
rinto de signicados”, p. 19.
10
Hobsbawm, “Introducción: la invención de la tradi-
ción”, p. 8.
11
Hobsbawm, “Introducción: la invención de la tradi-
ción”, p. 16.
12
Giménez, “La cultura como identidad y la identidad
como cultura”, p. 1.
13
Giménez, “La cultura como identidad y la identidad
como cultura”, p. 1.
14
La conmemoración es más antigua. De hecho, desde 1811
Ignacio López Rayón la realizó aún en período de convul-
sión social, y en 1813 José María Morelos y Pavón solicitó
solemnizar todos los años este evento, ocurriendo algunas
modicaciones hasta la propuesta por Díaz. Gobierno de
México, “16 de septiembre. Inicia gesta por la independencia
de México”, https://www.gob.mx/epn/articulos/16-de-sep-
tiembre-inicia-la-gesta-por-la-independencia-de-mexico
15
Jiménez Izarraraz (coed.), Morelia 25 años de ser pa-
trimonio de la humanidad, pp. 237-276.
16
Testimonio María Elena Caballero Díaz, mayo de 2017,
Morelia, Michoacán.
17
“Ocho muertos y un centenar de heridos en un ataque
terrorista en México”, El País.
18
Cada mes de mayo se desarrolla la feria estatal en la
ciudad, otro de los eventos que congregan a los ciudada-
nos y personas que habitan en las inmediaciones.
19
Los atentados de destrucción en contextos de prácticas
vinculadas con patrimonio signicativo no son tan poco
frecuentes. De hecho, son consideradas como atentados al
centro de las sociedades: a su historia, a su identidad, a su
esencia. En ocasiones, estos atentados se dan directamente
y con absoluta intención hacia elementos que representan
123
Reexiones sobre los enfoques en la denición de patrimonio cultural
Dicere • ISSN 2954-369X • DOI: https://doi.org/10.35830/dc.vi4.59
la unidad y la identidad de sociedades y ciudades enteras,
como las acaecidas durante las guerras mundiales (estos
eventos promovieron la generación de documentos como
la Convención de La Haya para la protección del patri-
monio en caso de conicto armado, en 1954), o incluso
en los contextos de la guerra promovida por los Estados
Unidos a países de Medio Oriente.
20
Gobierno de México, “15 de septiembre: grito de
Independencia”.
21
Harris, Antropología cultural, pp. 19-20.
22
Giménez, “La cultura como identidad y la identidad
como cultura”, p. 5.
23
Arias, Construcción patrimonial y memorística del
barro en Tzintzuntzan.
24
FONART es un deicomiso público del Gobierno Fede-
ral, sectorizado en la Secretaría de Desarrollo Social, que
surge como una respuesta a la necesidad de promover la
actividad artesanal del país y contribuir así a la genera-
ción de un mayor ingreso familiar de las y los artesanos;
mediante su desarrollo humano, social y económico.
Fue constituido el 28 de mayo de 1974 por mandato
del Ejecutivo Federal con el objeto social de fomentar
la actividad artesanal en el país. Gobierno de México,
“Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías”.
25
Torre, Arte popular mexicano, p. 54.
26
FONART, “Manual de diferenciación entre artesanía
y manualidad”.
27
INAH, “Quiénes somos”, https://www.inah.gob.mx/
quienes-somos
28
INAH, “Quiénes somos”, https://www.inah.gob.mx/
quienes-somos
29
La distinción realizada entre el indio vivo y el indio
muerto propia del discurso sobre la arqueología y la an-
tropología de inicios del siglo XX es uno de los rasgos
vinculados con esta enajenación. En este contexto, el
patrimonio arqueológico se convirtió en el discurso o-
cial como algo valioso, pero necesariamente desapegado
de las dinámicas sociales desde una perspectiva de uso
social íntegro. El Estado, en 1939 y con la creación del
INAH, hizo más clara y contundente esta separación al
proclamarse como el único órgano con capacidad de
tomar decisiones en materia de patrimonio arqueológico.
30
Pfr. Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión,
“Reglamento de la Ley Federal de Zonas de Monu-
mentos”, https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/
pdf/131_160218.pdf
31
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